Niños climáticos

El hombre da sentido ético al mundo, estético al paisaje, cósmico al cosmos y biográfico a las temperaturas

El periódico The Guardian ha propuesto que, para acabar con el cambio climático, no tengamos hijos. La propuesta tiene el mismo nivel científico que el refrán: "Muerto el perro, se acabó la rabia". Si nos quedamos sin niños, qué importa el cambio climático. Para las focas, chungo; pero para los lagartos, de lujo. El ser humano es quien da sentido ético al mundo, estético al paisaje, cósmico al cosmos y biográfico a las temperaturas.

Claro que los del Guardian y los suyos no quieren que no haya hombres, sino menos, y quedarse ellos entre los que disfruten de un clima invariable. Podrían suicidarse, para dar ejemplo y hacer hueco. Pero no quiero hacer apología del suicidio ni a efectos dialécticos: bastaría, si el periódico quiere que nos tomemos en serio su preocupación medioambiental, con dejar de salir en papel, que se talan muchos bosques, y renunciar a internet, que cuánta energía consume. Subido en una caja (reciclada) en una esquina de un parque, a voces, el periodista dejaría menos huella de carbono. Pero preferir que no nazcan bebés, mientras yo sigo tirando cientos de miles ejemplares y viajando en avión para escribir mis exclusivas súper guais, no sé.

Todavía más incoherentes, en The Guardian defienden que la inmigración será benéfica para la economía europea porque ayudará a paliar los problemas gravísimos de la pirámide poblacional invertida. ¿En qué quedamos? La explicación de esa contradicción es clarísima, aunque oscura. Europa está dispuesta al suicidio colectivo, ya que no al individual de sus promotores.

El antinatalismo y antihumanismo del ecologismo actual es lo que nos hace desconfiar tanto. Yo estaría dispuesto a preocuparme más por el cambio climático si ellos dejasen de culpar a Occidente y a los niños que no han nacido. Ahora mismo le tengo una alergia moral, que será poco científica o no, pero que es insalvable. Por fortuna, no tenemos que dejar desamparada a la naturaleza. Nos queda el conservacionismo, que también se preocupa, y desde antes. Su primer valedor fue el vizconde de Chateaubriand, con lo que viene, además, de una espléndida estirpe literaria. Lo mejor del conservacionismo es que desde su nombre hay un imperativo ético de guardar el mundo para las nuevas generaciones, a las que se les tiene que ofrecer tal como lo recibimos, si no mejor. El conservacionismo tiene un por qué, como el ecologismo, pero sobre todo un para quién.

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