Pasó la Nochebuena casi sin sentir. Se oían a lo lejos petardos, voces y rumor de fiesta, y ladraban los perros a la novedad de los sonidos. Iba entrando en el sueño con un libro en el pecho y los sonidos lejanos pasaban de la realidad del mundo exterior a la irrealidad de la duermevela. Un poco de fiebre acaso añadía sopor al efecto de los medicamentos para paliar el malestar. Me acosté temprano porque en la cama era el sitio donde me encontraba mejor, pensando que leería un buen rato antes de dormirme. Pero me dormí enseguida para despertarme varias veces durante la noche y seguir oyendo los alejados rumores de la fiesta. Por la tarde, ya de noche, había venido una amiga para traerme un regalo, espléndido por cierto. No sé qué impresión se llevaría de mis pelos alborotados y de mi vestimenta medio en pijama y con zapatillas. Cuando llegó estaba haciendo tiempo hojeando un libro de láminas para irme a la cama.

Durante el día había recibido varias llamadas de amigos para invitarme a cenar y que no pasara la Nochebuena solo. Era la primera vez en mi vida que iba a pasar solo un día tan señalado. Pero como no he logrado nunca, creo que para bien, tener vínculos sentimentales con la fiesta, la idea que me hacía sufrir no era la de quedarme en casa y acostarme temprano, sino la de arreglarme, poner buena cara, salir tarde y volver muy tarde, harto de comer y de beber, para amanecer peor que si me tomaba un fármaco y me iba a la cama pronto. Así lo hice y me alegré a la mañana siguiente. Cuando tenemos un poco de fiebre (destemplanza se le llamaba en mi niñez y ahora "febrícula") empiezan a pasar imágenes de nuestra vida por la mente. Primero son claras y comprensibles, luego se enredan con las imágenes de los sueños y comienza el desfile de disparates, de situaciones y personas.

¿De qué rincón oscuro del cerebro salen esas personas a las que nunca vemos, en las que nunca pensamos y que no forman parte de nuestra vida en modo alguno para que aparezcan en los sueños? ¿Y las situaciones absurdas en lugares desconocidos con gente extraña que nos dejan un estado de inquietud al despertar? No son pesadillas, ni visiones desagradables, sino frías y distantes. Ciudades ruinosas unas veces, en penumbra otras o con arquitectura monótona y sin adornos. Habitantes distraídos y desdibujados. Mi perro me despierta ladrándole a los petardos y el leve sudor de la fiebre me hace sacar los brazos del embozo, pero siento frío muy pronto. Me sumerjo otra vez en sueños imposibles hasta que clarea el día y se oyen las últimas voces de los últimos borrachos de la noche festiva. Me levanto mejor. No ha pasado nada. Todo sigue en desorden. Ni para mi perro ni para mí ha supuesto nada extraordinario pasar la Nochebuena solos.

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