Crónica personal

Alejandro V. García

Nostalgia de la bronca

EN apariencia las formas han vuelto a la política española. Eso sí, persiste la nostalgia de los tiempos broncos, cuando los debates parlamentarios (ayer mismo y quizá mañana) entre los líderes del PSOE y del PP estaban tapizados de insinuaciones canallescas, e incluso cuando no importaba escupir sobre los pilares del Estado con tal de poner contra la cuerdas al contrincante. ¡Qué bellos y belicosos tiempos! ¡Qué dura la añoranza del insulto! ¡Qué gran tentación para el futuro! ¿Con la crispación vivíamos mejor? Seguro, y era más emocionante. Acebes se desayunaba con una imprecación mojada en el café con leche, Blanco ponía el aperitivo y remataba Zaplana a la hora del almuerzo con los intríngulis sobre los soplones del 11-M.

Y los debates, qué decir de los debates. Nunca faltaba en ellos la intromisión de ETA ni la descalificación atronadora con el pretexto de las víctimas del terrorismo, unas víctimas representadas por personajes consumidos por el fervor derechista. Y las alusiones a las banderas y la patria rota, a los himnos y la persecución religiosa o lingüística. Con toda la línea de camorristas perfectamente organizada para disparar contra las torpezas estatutarias de Zapatero y sus enconamientos absurdos en el proceso de diálogo con la banda terrorista.

Hay en esa actitud nostálgica de los tiempos ásperos que se trasluce de algunos comentarios del debate de investidura componentes ideológicos pero también sentimentales. Cuatro años sumidos en la descalificación cruzada convierten el hábito de la calumnia en un estilo de vida e incluso en un negocio informativo. No hay más que ver los beneficios que generó a ciertos periódicos afines a la derecha su disposición a nutrir los delirios del 11-M y los perjuicios que pagaron otros por situarse al margen del frenesí. La crispación no sólo ha sido (y quiere continuar siendo) un estilo político concreto sino una forma de convivencia reflejada en todos esos predicadores que aún relinchan desde sus púlpitos mediáticos con un lenguaje plagado de tópicos (los progres, los fachas, etcétera) e incluso en la amplia bibliografía que nos han legado en sólo cuatro años los historiadores revisionistas nacidos al calor de ese ambiente enfurecido y montaraz.

Sospecho que muchas de las reticencias que dividen hoy a la derecha entre esperancista y sorayistas, entre partidarios del estilo belicoso y del estilo dialogante, tienen que ver con esa nostalgia del tumulto. El insólito espectáculo de un Zapatero consciente de los errores cometidos en la legislatura pasada, y de un Rajoy dispuesto a alcanzar pactos de Estado, hay quien lo interpreta como una capitulación. ¿Quién va a escocer ahora las úlceras de España?

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