A rienda

Pablo Fdez. Quintanilla

Olor a quemado

TENEMOS Doñana a alrededor de una hora en coche, un paraíso natural que en distancia recta apenas supone unas decenas de kilómetros. Una reserva en el Sur de Europa que es el hogar natural del lince ibérico, un animal cuya supervivencia, dicho sea de paso, ha estado en parte en manos del Zoobotánico, auténtico referente en su protección. Y se queman los alrededores del parque, prende la onubense Matalascañas y Jerez olía el domingo a quemado.

El viento fue el encargado de arrastras hasta la costa gaditana la humareda y en Jerez se dejó sentir este olor triste. El olfato es un sentido que, a diferencia del tacto o el gusto, no tiene un apoyo directo en lo visual. Comemos lo que hemos visto y tocamos lo que vemos. El olfato tiene, por ello, una capacidad mucho más profunda para sugerir en lugar de describir. No sé si me siguen, pero ni aunque sintiéramos el calor de las llamas, ni el miedo a que se quemara nuestra casa, fue el olfato el que nos dijo silenciosamente el domingo que ardía algo nuestro, de todos. 

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