HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Orgullo laico

Siempre que veamos la palabra 'orgullo' delante de un frente de reclamaciones, estemos seguros de que sus miembros se avergonzaron de lo que ahora dicen enorgullecerse. Verbigracia: orgullo gay (expresión próspera, estúpidamente cursi), orgullo rural y, ahora, orgullo laico. Los orgullos impostados pueden ser infinitos: protestante, daltónico, serrano, pobre, ciclista, maragato, senil y los que cada cual quiera añadir de su particular experiencia; pero serán falsos, porque cuando se está contento, que es lo que quiere decir, de un bien personal no buscado expresamente, salta tan a la vista que no hace falta pregonarlo. Nadie hace protestas de orgullo por ser guapo e inteligente, pues parecería una agresión a otros menos afortunados en dones; sí al revés, orgullo de fealdad y simpleza, una agresión en sentido contrario por la falta de generosidad de la naturaleza. Se trata de una de las consecuencias nefastas del igualitarismo que, al saber que no todo el mundo tiene igual grado, si tiene alguno, de belleza ni capacidad para embellecerse, propugna el afeamiento general.

El orgullo laico, en realidad laicista, que no es lo mismo, no sabemos con exactitud en qué consiste, mucho menos si está apoyado por el Movimiento Laico y Progresista existente en Cataluña y no sabemos si en otras regiones españolas. Las palabras significan lo que significan y no lo que los prejuicios añadan. El orgullo laico se ha puesto apellidos en un Manual presentado en estos días: republicano, nacionalista, creyente en el cambio climático, progresista, anticatólico, negador de la labor social de la Iglesia y todos esos tópicos que hoy pasan por izquierdistas, cuando en verdad casi todos los defendió Hitler, incluido el progresismo, pues los totalitarismos del siglo XX fueron una modernidad en su momento.

Las ideas que de verdad y más pronto nos convencen son aquellas que necesitan pocas explicaciones, expuestas con argumentos sencillos. En cuanto hay que escribir un manual para decirnos qué cosa sea el orgullo laico, debemos desconfiar. La izquierda nos tiene acostumbrados a construcciones palabreras sobre la nada y no vamos ahora a caer en la misma trampa con nombre distinto. En España carecemos de ideas políticas que son normales en todo el mundo civilizado. Un francés, por ejemplo, puede ser republicano, católico, de derechas y demócrata sin discusión. Un noruego, será, sin que le extrañe a nadie, monárquico, creyente, de izquierda y tan demócrata como el que más. En España parece imposible lo que en cualquier país de cultura europea es normal. No nos beneficia a los españoles: la derecha se acompleja y adopta lenguaje de izquierda, y la aún llamada izquierda nos colará cualquier despropósito con tal de decir que es de izquierda y progresista, como si los dos conceptos fueran inseparables.

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