Paparruchas

En el fondo, la idea del referéndum no es más que el caprichito de hacerse un 'selfie' como nueva nación

La izquierda española que no ha vivido en un ambiente nacionalista no podrá jamás entender lo que pasa en Cataluña y ahora también está empezando a pasar en Mallorca (y en el resto de lo que ellos llaman Països Catalans). Esa izquierda tan entregada a la causa del derecho a decidir jamás podrá saber, por ejemplo, lo que se siente cuando eres niño y oyes a tus abuelos hablando siempre con desprecio de los "forasters", esa gente fea y sucia y haragana que ha venido a meter las narices donde nadie la ha llamado. Mi abuela de Manacor usaba una variante maravillosa -"es forasterum"-, que yo creía olvidada pero que me he encontrado a menudo en los chats independentistas. "Forasterum" es pura chusma, gentuza a la que ni siquiera puedes rozar porque habita en otra dimensión de la realidad. Los blancos del Sur americano de Faulkner hablaban así de los negros.

Los mallorquines conocemos estas cosas -igual que los catalanes-, pero esto es imposible de entender si has vivido toda tu vida en Málaga o en Madrid, o si te has propuesto llevar siempre pegada la etiqueta de "progre" sobre la frente. Porque la izquierda más pánfila asocia todo lo que sea desafío al Estado central con una causa progresista y avanzada. Y encima, llevada por el viejo masoquismo hispánico, esa izquierda cree que los motivos de los catalanes para separarse son culpa nuestra, es decir, de los españoles fascistas y atrasados que no los entendemos ni los sabemos tratar bien. Pues no. Y siento decir que el nacionalismo catalán -como todo nacionalismo- es un movimiento supremacista que se alimenta de un tóxico sentimiento de superioridad -"somos los más modernos y los más trabajadores"-, aliado a su vez con el no menos tóxico victimismo permanente de un adolescente mimado.

En el fondo, la idea del referéndum no es más que el caprichito de hacerse un grandioso selfie como nueva nación. Y en esta nación, además, no habrá ni violencia de género ni desigualdades sociales ni corrupción ni aplastamiento de derechos. Al contrario, todo el mundo será feliz, guapo, rico y honrado. Basta desconectar de España y todo eso se hará realidad.

Y lo más asombroso de todo es que estas paparruchas delirantes se las creen profesores de universidad y juristas y politólogos. Algún día los psiquiatras tendrán que estudiar qué nos pasó en el otoño del año 2017.

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