Hablando en el desierto

Parlamentos sofistas

La democracia no puede ser tanta que acabe con la democracia

Como todo el mundo sabe, sofisma es un razonamiento bien argumentado para convencer de algo falso. Depende de la inteligencia del sofista y de su talento el que los mal avisados acaben persuadidos de que les están proponiendo una verdad incontestable. Todos los poderes públicos, y con más razón los parlamentos, están sujetos a leyes, normas y reglamentos que no se pueden saltar, porque la democracia no puede ser tanta que acabe con la democracia. Cito de memoria un chiste gráfico: "Lo que me molesta no es tanto que se lo salten todo a la torera, sino que lo hagan sobre nuestras honorables cabezas." Los poderes, hasta los poderes de los reyes absolutos, tenían unos límites morales y una influencia por parte de los colaboradores directos que servía de control. El absolutismo no era tan absoluto. Ni los reyes ni los parlamentos han sido en ningún momento histórico todopoderosos; pero ahora, en España al menos, con las fiebres nacionalistas hemos creído que la democracia sirve para todo, y basta consultar al pueblo-plebe el disparate mayor que se nos ocurra para que, si sale aprobado, tenga validez sobre las leyes. Por ese camino proceloso y sofístico podemos hacer un referéndum sobre si Dios es solo Uno o Uno y Trino, o si España es una sola nación o un grupo amplio de andorras.

Sabemos que el espíritu de España es municipal desde que empezó la repoblación de Vardulia, pero de eso hace ya mucho tiempo, aunque a los políticos nacionalistas les gustaría volver al siglo VIII para tener cada uno su finca aparte. Y lo intentan. Decir democracia parece un conjuro, algo cercano a un dogma, de manera que un parlamento regional es elegido según las leyes y una vez tomada posesión legal -la legitimidad es otra cosa- decide sobre asuntos que no son de su competencia y, por tanto, se pone fuera de la ley y bajo sospecha de ilegitimidad. Pero el núcleo del sofisma es la democracia, que la cuestión ha sido votada por mayoría, aunque tal cuestión sea ilegal e ilegítima. Pongamos por caso que un parlamento vota para destituir a un obispo y nombrar otro. No puede, no tiene esa facultad. O proclamar la independencia de un municipio de la nación a la que pertenece desde hace siglos. Tampoco puede. Apelar a la democracia repetidamente no es un abuso de la democracia, sino un abuso del uso de su nombre. Dirán los listos que las leyes que no se cumplen se cambian. Bien, ¿cuántos asesinatos tienen que cometerse al año para que el asesinato deje de ser delito? Los sofistas no necesitan otros sofistas, sino negarles cualquier tipo de discusión: ya dijo el filósofo que quien discute argumentos imbéciles lo hace con otros argumentos imbéciles.

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