Dentro del impresionante, aunque frío, prisma de hormigón que forma el interior de la iglesia, parece acrecentarse la sensación de fragilidad de ese cuerpo de anatomía tan esbelta, que llega a los límites de lo macilento. La carne escuálida de este Cristo en la Cruz nos remite a la verticalidad de la escultura gótica pero en su modelado suave y de propensión naturalista hay un avance hacia las formas renacentistas, presentes también en los reposados pliegues del sudario. Estamos en las primeras décadas del siglo XVI y en el ambiente sevillano en torno al legado artístico dejado por el escultor Pedro Millán. La rigidez y hasta la tendencia geométrica aún palpable en nuestro Cristo de la Viga, aquí se atenúan…

Hace dos años proponía en esta misma columna y para estos mismos días previos a la Semana Santa un breve recorrido por algunas imágenes olvidadas de la Pasión de Cristo y de la Virgen Dolorosa existentes en los templos locales. Mi intención en esta ocasión es retomar el hilo con cuatro nuevas tallas dignas de un mínimo recuerdo. Y la primera de ellas es este valioso crucificado que se conserva en la moderna parroquia del Perpetuo Socorro, en la barriada de Las Torres. Su peculiar historia nos habla de lo voluble que con frecuencia ha sido nuestro patrimonio. Aunque desde los setenta se halla en Jerez, su origen está en el convento de San Francisco de Lebrija, donde fue conocido como Cristo de las Ánimas. Ya a mediados del pasado siglo su avanzado deterioro llevó a retirarlo del culto y hasta se pensó en destruirlo. La adquisición para el flamante edificio de los redentoristas jerezanos conllevó su restauración. Ahora puede volver a admirarse a sólo 30 kilómetros de donde se veneró durante siglos, una Lebrija que, sin embargo, extirpó parte de su pasado con esta heterodoxa venta, inaceptable moralmente hoy día.

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