La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Pedagogía del silencio

He dejado pasar los días para que nadie se sienta ofendido. Pero creo que debe decirse. El aplauso es una señal de aprobación, entusiasmo o celebración. El dolor y el duelo no se manifiestan con aplausos, sino con el silencio. En Sevilla lo sabemos bien: al Gran Poder -sobrecogimiento sagrado- no le aplaude el pueblo que si lo hace a Macarena, celebrando con alegría a su esperanza. Todo el mundo conocía estos códigos de comportamiento culturalmente arraigados. Pero el valor inmenso del silencio como expresión de un respeto sobrecogido por el dolor no va con los usos actuales, con el ruido entre el que vivimos -hasta muchas iglesias tienen una especie de hilo musical continuo-, con la pérdida de referentes de comportamiento, con la torpeza o incapacidad para expresar los sentimientos más profundos. Y desde hace tiempo se aplaude a los ataúdes de las víctimas de las peores atrocidades, ya sea el terrorismo, la violencia machista o el asesinato del pequeño Gabriel, incluso coreando con palmas frases hechas que carecen de significado real.

Sé que se hizo con la mejor intención, sé que se hizo por desconocimiento del valor del silencio, sé que era una forma de exteriorizar un inmenso dolor compartido y enviarle un mensaje de cariño, solidaridad y consuelo a sus padres. Pero sería bueno que se desarrollara una pedagogía del silencio. Empezando por la propia Iglesia -muchos de cuyos servidores parecen haber olvidado que Dios habla en el silencio- y siguiendo por los educadores, porque la reflexión también es hija del silencio. Tal vez esto sea una cuestión menor ante la magnitud de la tragedia del asesinato del niño Gabriel, pero no deja de ser importante recordar que el duelo y el dolor exigen silencio, no aplausos.

Es preocupante esta falta de recursos para expresar las emociones colectivas, que se corresponde a la creciente pobreza del lenguaje para expresar las emociones personales. Porque las malas formas banalizan las buenas intenciones. El aplauso o los eslóganes coreados con palmas desahogan, provocando el rápido olvido, mientras que el silencio interioriza el sufrimiento de los otros y lo hace propio. Esto, que sabían las gentes más sencillas que enmudecían ante el Gran Poder -y me refiero a él por tratarse del único silencio popular de Sevilla-, se ha desaprendido, palabra poco usada pero muy importante para señalar ciertos males sociales y carencias personales.

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