Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Personas y documentación

Las consecuencias de una gestión de lo público basada en el sentimentalismo tóxico pueden ser nefastas

Sobre el caso de Juana Rivas dijo el miércoles la consejera de Igualdad y Políticas Sociales, María José Sánchez Rubio, que los asesores de los centros municipales de información y servicios sociales "ven solamente a las personas y no a los documentos". Trataba así Sánchez Rubio de defender el papel de la asesora y la psicóloga que han atendido a Rivas y que ese mismo día declararon como investigadas por la juez por un posible delito de cooperación en la sustracción de menores.

Dejando a un lado el embrollo de Rivas, Arcuri y sus niños, del que se ha escrito todo lo que se tenía que escribir y más aún, hay que reparar en el argumento de la máxima responsable de un departamento cuya primera palabra es Igualdad y para la que los papeles, si se tercia, no tienen ninguna importancia. Aquí, al rótulo de Igualdad se le funden algunas letras porque Sánchez Rubio se carga así, de sopetón, todo el sistema de ayuda y protección social al que se supone que se accede -por igual- en cumplimiento de una rigurosa normativa y atendiendo sin falta a una serie de requisitos legales y no al modo de aquellas obras benéficas con las que en el pasado las damas de la alta sociedad le daban un enjuague a su conciencia. No deja en muy buen lugar Sánchez Rubio a funcionarios y trabajadores públicos, más bien los pone en un compromiso: no miren documentos, miren personas. Y decidan. ¿Cómo? ¿Al libre albedrío? ¿Por intuición? ¿Cuál es el criterio?

Cierto que es una dictadura el régimen político que más papeles -salvoconductos, pases, carnés, cédulas- exige a los ciudadanos fichados, y un Estado de Derecho debe estar a años luz de ese escenario de burocracia cruel e inhumana. No se trata de eso, se trata de que habida cuenta del nivel de picaresca y del afán de tangar que anega nuestra democracia -que, todo hay que decirlo, sufre las estafas más dañinas por parte de banqueros, magnates y de algunos de sus propios políticos-, el desmadre puede tener consecuencias nefastas si la gestión y la administración de los servicios públicos está basada en ese sentimentalismo tóxico del que se ha contagiado la consejera de Igualdad y Políticas Sociales .

Porque se empieza por no ver la documentación y viendo sólo a (determinadas) personas y se acaba montando una como la de los ERE.

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