Cada cual tiene sus trucos para pasar la feria, unos más confesables que otros. Hace días un buen amigo de mi marido me dijo con cara de satisfacción pícara: "Yo en la Feria soy peso muerto". No entendí muy bien lo que quería decir, si era que había que llevarlo en sillita caca o que perdía el conocimiento nada más llegar. No, no, qué va, me aclaró enseguida, es que yo en la Feria voy donde me llevan, sin resistencia alguna. Yo soy muy bien mandado. Qué gusto hijo, has dado con la piedra filosofal de la feria, pensé yo. Dejarse llevar. Cuánta sabiduría.

Yo quiero ser peso muerto, me dije para mis adentros. Dejarle la iniciativa a los que les gusta mandar y complicarse la vida, que haberlos haylos. Nada de proponer, nada organizar, nada de tener el teléfono y el reloj en la mano. Querer llevar la voz cantante en la feria con sus ruidos, incomodidades e imprevistos es querer que te cojan manía al segundo sofocón. No merece la pena porque lo más lógico en la feria es equivocarse sucesivamente hasta que de repente y sin lógica alguna, en el lugar más inesperado surja la chispa del momento especial de la feria. El ratito bueno que nos hace querer volver a todos con sus inconvenientes.

Yo ya estoy muy concienciada. Un peso muerto es un peso muerto y, cuando nos propongan cambiar de caseta o bailar unas sevillanas, a lo más que llegaré es a contestar "vale" o su versión más educada y positiva: "estupendo". Que te sirven una copa, pues te la tomas, que te sirven otra, te la tomas también, así hasta que haga honor al nombre con que hemos sido bautizados los que no queremos dar la lata ni mandar ni equivocarnos en feria: "peso muerto".

Un peso muerto bien entrenado puede incluso hacerse el loco, perderse cuando los demás se paren a saludar más de cinco minutos (y ya estoy exagerando) o aparentar tener más copitas de la cuenta para que nos dejen tranquilos o nos inviten a una taza de caldo sin tener que pedirla. El método universal del peso muerto nos hará libres y felices porque podremos decir al día siguiente que no recordamos exactamente qué paso. Nuestra memoria, que es muy suya, también sabe ser peso muerto.

Hay una sola excepción. Seremos dóciles con los caprichos de los demás, nos comeremos el coco que tiene esa ducha reciclada sospechosa, pero, cuando veamos que nos enfilan para los cacharritos un no rotundo saldrá de nuestras entrañas. A la calle del infierno, ni muerta.

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