Comienza la Santa Cuaresma. Todo un pistoletazo de salida no sólo para que los sentimientos más íntimos de nuestra espiritualidad afloren con fuerza, sino también para que Jerez recupere ese status ciudadano que perdió cuando los Reyes Magos terminaron de adorar al Niño en las puertas de Santo Domingo. Enero y febrero son dos meses que pasan sin pena ni gloria en una ciudad que se echa a la calle, sólo, impulsada siempre por los más mínimos resortes motivadores. Las soledades de estos meses comienzan, hoy, a perder sus patéticos registros y, poco a poco, los latidos se harán más fuertes en un Jerez que comenzará a vislumbrar tiempos más diáfanos y venturosos.

El tirón de la Cuaresma es grande, el personal recobra sus inquietudes adormecidas y busca participar en las tradiciones que existen gracias a unos pocos que todo el año trabajan y se desviven para que, en unas pocas semanas, todo tenga un sentido especial y todos podamos gozar del mismo. Jamás se podrá pagar a esos garantes de nuestras tradiciones lo que por ellas hacen, muchas veces con la incomprensión de todos los que acudimos, con exigencias, únicamente en estos días. Esta realidad no tiene vuelta de hoja y tengo muchas dudas de que, en un tiempo no muy lejano, cuando el discurrir inexorable del tiempo imponga su absoluta potestad y ellos falten, sigan existiendo estos esforzados de la tradición que mantengan, a la misma altura, ese legado transmitido de generación en generación. Hoy, para la inmensa mayoría, los intereses son otros y una dedicación callada y sin esperar nada es moneda de dudoso cambio. Estamos demasiado acostumbrados a que nos lo den todo hecho, a arriesgar muy poco y a exigirlo todo. Me asusta el paso de las modas y la veleidad de los que las siguen. De todas formas, es tiempo de mucha esperanza y el horizonte, todavía, no está demasiado sombrío. Gocemos de ello.

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