Casi todos los años pasa. Al menos de un tiempo a esta parte. Si las luces son excelsas y llamativas, que menudo despilfarro, pero si son pocas y feas (las de este año son feas como ellas solas), que vaya mamarracho. Y claro, es que no hay quien nos ponga de acuerdo. Lo cierto es que suelo viajar por estas fechas y siento una envidia sana cuando veo los alumbrados de otras ciudades. Lógicamente no me estoy refiriendo a grandes capitales. No hablo, quiero decir, de Madrid o Barcelona. Paseo por el centro de Valladolid u Oviedo y disfruto mucho con el alumbrado. Pero es que aquí tenemos un problema que la gente parece olvidar: Jerez está en la más absoluta de las ruinas, y aunque sí, podemos criticar cuanto queramos las luces (solo faltaría que no pudiéramos hacerlo) también hay que agradecer que, dadas las circunstancias, se pongan luces, aunque sean las lámparas espantosas que este año adornas nuestras calles.

Se habla de un Jerez que celebra la Navidad como en ninguna otra parta (ya saben que para según qué cosas, nos miramos el ombligo una cosa mala). Con las zambombas como elemento diferenciador, desde luego marcamos la diferencia. Quizá también con los belenes; belenes que, al menos hasta donde yo sé, también se exponen en otras muchas ciudades, aunque Jerez sea un sitio de larga tradición belenista.

Polémicas a un lado, creo que cada uno debe vivir las fiestas sin comerse la cabeza más de lo normal. Es verdad que el visitante (no vean el centro cómo estaba, y eso que andamos en crisis) se lleva una impresión de aquella manera, pero a mí, la verdad es que eso me importa poco. Sigo sin perder de vista que estamos en ruina y que lo que hay es lo que hay: ruina.

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