HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Política de lenguas

SIGO sin creerme, aunque cada día con más desmayos y dudas, que los gobiernos de las regiones bilingües españolas (oficialmente bilingües: la realidad en la calle y en las casas es otra) quieran de verdad quedarse con una sola lengua y que ésta sea precisamente la minoritaria, y aún la minúscula, y, en algunos casos, la que casi nadie habla. Sigo sin creérmelo porque una estrategia política durante un tiempo breve puede basarse en una deliberada mala política, pero las malas políticas no pueden durar porque nunca se les han perdonado a los políticos. No es un trabalenguas. Como estrategia cualquier extravagancia vale (ejemplo: los centralistas y reaccionarios comunistas españoles apoyan, para asombro de todos y para enredarse más en sus contradicciones, el plan independentista vasco), pero, como digo, por oportunismo pasajero. Las lenguas se adoptan, se aprenden, se usan, se dejan de usar y se extinguen con independencia de la política, con mucha más independencia de la que podríamos pensar.

Una lengua no es una copla de romería ni un traje regional para lucirlo en las fiestas patronales, es el vehículo para expresar con claridad un sistema de pensamiento. Tenemos un solo cerebro, bueno por cierto, para dar vivas a san Antón y para pronunciar una conferencia en la universidad de Berlín. La capacidad de pensar y de razonar está tan ligada a la lengua que un idioma pobre, primitivo y hablado por unos pocos da indigencia mental, por eso todos los años desaparecen lenguas, abandonadas por sus hablantes o porque muere el último que la conocía sin entenderse con nadie. Esto es muy raro: cuando leemos en los periódicos que ha muerto el último hablante de una lengua, lo normal es que conociera otra más amplia y útil. El pasado enero murió en Alaska la última hablante de eyak, Marie Smith Jones, pero hasta por su nombre se advierte que su pueblo indígena hablaba también inglés desde hace varios siglos.

El destino de las lenguas es, como el de las especies, evolucionar o desaparecer, o ambas cosas. Y no vale echarle progresismo indigenista a este asunto porque las lenguas minúsculas no pueden ser progresistas, pues conducen al aislamiento y a la ignorancia. No hay peor esclavitud que la de la mente. Ningún colonizador civilizado ha impuesto lenguas a nadie, entre otras cosas porque es imposible, son los colonizados los que adoptan la lengua del colonizador, cuando la adoptan, por conveniencia. Si el invasor es de inferior cultura, ocurre lo contrario. No me creo, por tanto, que la política lingüística de algunas zonas de España vaya en serio y quienes la propugnan la consideren un progresismo izquierdista. Es tan reaccionaria y tan retrógrada como todos los nacionalismos, como todos los izquierdismos salvadores, como cualquier política que se haga para imponer libertades suprimiendo la Libertad.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios