HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Realidad molesta

EL grupo que ejerce el poder en un Estado, o lo detenta, se esfuerza por convencer de que el pensamiento gobernante coincide con el de la población. Para darle apariencia de verdad niega la existencia de todo lo que contradiga el ideal del momento histórico. Quienes piensan de otra manera o les gustaría otro modelo de sociedad son excepciones de la unanimidad. "España y yo somos así, señora". "España se ha acostado monárquica y se ha levantado republicana." "España ha dejado de ser católica". "España no es racista ni xenófoba." "España no es violenta ni belicista". Y basta, porque hay demasiadas frases para la irrealidad. España se toma como ente impreciso y amoldable, como ciertos hongos acuáticos que igual se adaptan a un plato que a un vaso, con un coro siempre dispuesto a corroborar en la calle y vociferando las frases felices que a quienes gobiernan se les ocurra, o lo que dispongan. A esto se le llama Opinión Pública, un nombre para adular a las masas que no tienen opinión ni pueden tenerla.

Las naciones cambian, para progresar o para retroceder, lentamente. Lo que ocurre, y esto da la sensación de estar viviendo un gran cambio, es que nunca falta una minoría ruidosa dispuesta a aplaudir hasta lo que debería ser denostado. La mayoría está en su casa o en sus quehaceres, con sus preocupaciones particulares y confiada en que las modas políticas son, como todas las modas, pasajeras. Ni siquiera cambian las leyes en lo substancial: cambian los signos y los nombres. La Ley de Vagos y Maleantes no sé cómo llamará ahora pero sigue vigente. En otro tiempo relativamente cercano se podía condenar al destierro a un homosexual por serlo, aunque lo frecuente era que se hubiera metido en algún lío y su sexualidad era una agravante, hoy se reclaman condenas para los homófobos, aunque lo normal es que no se trate de rechazo a una tendencia sexual sino a las leyes que la privilegian. Es sólo un ejemplo entre tantos posibles.

Cuando España se consagraba oficialmente al Sagrado Corazón de Jesús, había cabildos municipales concepcionistas y las imágenes marianas ascendían a capitanas generalas, tampoco era una España real. No nos alarmemos, pues, por las excentricidades de los gobernantes ni por la plebe que se apunta a ellas. Ha sido así siempre. Alarmémonos por el sistema educativo porque la mala educación tiene efectos irreversibles en los pobres, más numerosos que los ricos y sin posibilidad de poner a sus hijos en colegios suizos. Todas las épocas son malas para quienes las tienen que vivir, y no hay más que repasar a los clásicos para saberlo. Ésta, si no acaba en desastre, no es peor que otras. El remedio no sabemos cual es para escapar de los dislates políticos; pero, siguiendo a los clásicos, un retiro reglado, relaciones elegidas y vida privada e íntima placenteras hacen la vida soportable.

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