Alberto Núñez / Seoane

Reflexión electiva

Tierra de nadie

ESCRIBO estas letras hoy, domingo nueve de marzo, en la mañana. Apenas si hayan transcurrido algunas horas desde el comienzo de las votaciones, por lo que el resultado de las elecciones es tan incierto como lo era ayer. Aún no ha habido tiempo para encuestas, adelantos, pronósticos ni estadísticas; tan sólo la incertidumbre de las mayorías y la certeza de cada uno, saben lo que pueda suceder.

La inquietud de las gentes que viven para, o de la política, es el condicionante de la vida ciudadana en tiempos preelectorales. Cuanto más importante sean los comicios, mayor será el grado de crispación de todos los que, ciudadanía a parte, se jueguen "algo" en la votación.

Nadie, nadie serio en estos tiempos que vivimos, puede dejar de sostener su convicción democrática, su defensa de la libertad de expresión, su respeto por las opiniones ajenas aunque no coincidan con las suyas…, y toda la retahíla que sigue, ya saben. Pero la reacción del que manda cuando percibe que la opinión ajena puede, realmente, llegar a perjudicar, más o menos seriamente, los intereses que le mantienen al frente del panel de control, desgraciada y normalmente, dista mucho de tener algo que ver con la esencia democrática que debiera sustentar el espíritu de cualquiera que optase a alcanzar un cargo público.

Algunos de mis amigos socialistas, que los tengo y muchos, se molestan por alguna crítica, más o menos encendida, a la cagada de turno de tal o cual ministro del Gobierno que, casualmente, es de su partido. Mis amigos del PP, que también los tengo, pero bastantes menos, se molestan por algunas alabanzas manifestadas en mis artículos, a la buena gestión de algunos dirigentes locales socialistas. Y yo, me canso de repetir que, ni mis críticas, ni mis alabanzas, van contra ningún partido ni ideología -a menos que sea "ese" el tema de discusión, en concreto-, van contra las personas responsables de la tropelía de la que se trate. Cualquier ideología, no excluyente, democrática, que respete la libertad de todos, que admita la discrepancia y que no sea impuesta; merece todo mi respeto, aunque algunos de los que la defiendan sean individuos incapaces, torpes, ineptos o imbéciles.

El que gana es el que manda, y el que tiene el poder es quien, más que ningún otro, va a estar sujeto a las críticas de éstos y aquellos. Así son las cosas, así hay que aceptarlas y, sabiendo que así son, todos se dan de hostias por mandar, así que…

Cuando una decisión me parece errónea, cuando pienso que una disposición es equivocada, cuando una ley se me antoja injusta, cuando siento una sentencia desacertada, cuando percibo un error como evidente; lo que hago es decirlo, gritarlo, si puedo. No arremeto contra los miembros del partido al que pertenece el responsable, ni contra los que votaron a ese partido, ni contra sus compañeros, ni siquiera contra los que le apoyan. Tan sólo pongo a caer de un burro, al responsable directo del atropello en cuestión y, si acaso, al que lo mantiene en su puesto.

Las personas somos entes individuales, poseemos un espíritu propio, nos distingue un arquetipo único e irrepetible, conformamos un universo exclusivo. Nadie tiene el derecho a masificar caracteres, a unificar personalidades, a fusionar individualidades; lo pueden intentar, de hecho, es a lo que muchos se dedican, pero jamás lograrán aborregar el alma de un hombre que por tal se tenga. Cada cual es muy dueño de defender las ideas que considere, de apoyar a los líderes que respete, de asumir los principios que desee; pero ninguna de estas opciones, libre y conscientemente elegidas, obliga a nadie a perder su independencia como ser humano. En ningún caso, ni bajo ninguna circunstancia, ese "hombre de partido" debe defender, a ciegas y por el solo hecho de que así lo haya dicho el jefe de turno, decisiones equivocadas, errores palpables, meteduras de pata insoslayables, alternativas perjudiciales para los que le confiaron su voto o arbitrariedades contrarias al sentido común y al más elemental sentido de la decencia.

No sé lo que habrá pasado cuando este artículo vea la luz, lo que haya sido, será por cuatro años y, hasta entonces, nada se podrá hacer por enmendarlo, si necesario fuese. Sin embargo, si podemos intentar darnos cuenta, conforme van pasando los años, las elecciones, los gobiernos y los políticos con ellos, que lo que de verdad importa son las personas, lo que piensan, lo que sienten, lo que viven; el resto son pamplinas. La reflexión es justa y muy necesaria: no es mal amigo quien las verdades canta, ni mal compañero quien los defectos te hace ver. Cuídate, más bien, del que ahora calla, porque mañana, cuando tu calles, él ladrará.

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