Pretérito perfecto

Manuel Romero Bejarano

Regreso a San Mateo

Alos hermanos del Desconsuelo que día tras día trabajan para mantener impecable San Mateo. Ellos son mis superhéroes de barrio.

Un barrio que se quedó vacío. Una población empobrecida. Una iglesia que amenazaba ruina desde su construcción. Un terremoto que derribó el campanario. Siglos de abandono. Ya caían los primeros trozos de cantería anunciando la fiesta. Todo estaba preparado para que Jerez tuviera una insigne ruina junto a la plaza del Mercado. Y de repente, sucedió el milagro en San Mateo. La Hermandad del Desconsuelo promovió la creación de una plataforma y luchó hasta que la iglesia volvió a abrirse. Este es uno de esos cuentos que acaban bien. Hay enemigos, peligro, mil y una dificultades que son sorteadas de manera ingeniosa. Osados e infatigables. Como soldados que dieron todo por su pequeña patria. Mil cuchufletas. Miles de líneas en la prensa. Miles de años de la Gloria para aquellos que lograron salvar el templo con fenómenos sociales como Paleta de Colores.

Me gusta regresar a San Mateo. Enfilar el camino desde la vetusta droguería de mis tíos es realizar una suerte de peregrinación. Andar bajo el sol radiante muy despacio hasta que, al traspasar la puerta te abraza la penumbra. Al poco, descubrir una nueva realidad esplendorosa. Mirar hacia las bóvedas y ver el universo tallado. Ángeles y bestias que volvieron a la vida. El calor de la piedra. El oro de los muros bañados por una luz tímida. El amor hacia el patrimonio. Un templo limpio. Un templo abierto. Velas, flores, santos. Montajes fastuosos. Lo imposible hecho realidad. Me gusta comprobar que el coro aún está en su sitio, que el retablo mayor sigue brillando. Incluso les tengo cariño a los estrafalarios azulejos de la escalera. El idilio termina al mirar a los muros laterales.

La restauración de San Mateo no fue completa. La obra fue ingente pero se quedó tan sólo en la nave central, dejando las capillas en su estado original. No les niego que tiene su encanto entrar en el antiguo baptisterio y ver capas y capas de cal sobre la coqueta bóveda estrellada, pararse delante de los viejos retablos y ver los lienzos tiznados del humo de siglos, la pátina sobre las esculturas, entrar en espacios que no han cambiado en quinientos años. Piezas peregrinas, frescos, asombrosas reliquias bizarras…

Pero no todo es agradable. Inquieta ver la antigua capilla de los López de Mendoza convertida en una vitrina para exponer un paso. Quizás no importe que eso se haga en un lugar vacío, tal vez sea el premio merecido a una cofradía que llegó a perder el aliento para que San Mateo resucitase. Puede ser que el que escribe estas líneas se equivoque y actuaciones de este tipo sean las que salven nuestro patrimonio.

La visita al sagrario invita al llanto más amargo. Contábamos hace algún tiempo en un artículo dedicado al culto eucarístico que a partir del siglo XVIII se levantaron en las parroquias de nuestra ciudad espacios independientes dedicados a la adoración del Santísimo Sacramento. Por aquel entonces la diferencia entre un templo y la calle era mínima. Hay que tener en cuenta que siempre estaban llenos y se decían numerosas misas simultáneamente. Además, apenas si había otros edificios públicos en la ciudad, por lo que no era raro que allí se celebrasen reuniones o tratos comerciales. El jaleo era constante y dificultaba bastante la oración a Jesús Sacramentado, de ahí que se buscase un lugar con más recogimiento.

Las parroquias más acaudaladas labraron sagrarios en piedra equipados con fabulosas piezas de plata. Ahí están San Miguel y Santiago. Las más modestas, sencillos edificios de ladrillo cubiertos de yeso con el que pretendían engañar al fiel aparentando grandeza. San Mateo nunca fue muy boyante y su sagrario (si nos centramos en su construcción) es uno de los más reguleros de Jerez. No obstante, el interés artístico es alto y el conjunto tiene su gracia con su cúpula falsa, sus lápidas, los sofás dorados, el frente de altar de azulejos…

Ningún material sin un mantenimiento adecuado dura eternamente. La escayola mucho menos. Tinieblas y cascotes. Una cortina, silencio y cascotes. Un espacio precioso que perdió el brillo. Sombras. Vacío. Ruina. El sagrario de San Mateo no parece existir. Pero está ahí. Una laguna mental para las autoridades. Una espina en el corazón de los hermanos de los Judíos. Una herida en la iglesia perfecta. Una mancha más en la conciencia de los jerezanos que hace mucho que se olvidaron de su patrimonio histórico.

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