HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Renovación de los armarios

NUNCA pensé que los armarios, metáfora reciente de los escondimientos, estuvieran tan llenos: homosexuales de distinto sexo, tendencia y pelaje, ateos convencidos, anticlericales anticuados sin la soberbia de los ateos, feministas vengadoras y, en fin, todos aquellos que no hubieran estado bien vistos socialmente hace 30 ó 40 años vivían en un armario confortable, bien de caoba resistente o carcomido desde tiempo de sus bisabuelos, del que no querían salir hasta que lo pudieran hacer sin riesgos. No nos dimos cuenta de su encierro porque lo disimularon bien. También hemos conocido a gente que nunca vivió en un armario. Si sufrieron algún inconveniente social hace tres o cuatro decenios, lo dieron por bueno por las compensaciones de no vivir encerrados en sí mismos. No vale aprovechar las circunstancias políticas favorables para salir de los armarios y arrogarse un mérito que no lo es.

La metáfora vale para quienes ocupan las plazas libres de los armarios. De la misma manera que cuando los roperos empiezan a estar demasiado llenos de prendas y hacemos escrutinio, desechando la ropa que nunca nos ponemos o está estropeada, para hacer sitio, los armarios de España nunca están vacíos: jueces con escrúpulos de conciencia por tener que aplicar leyes injustas, católicos vergonzantes, heterosexuales de nacimiento, proisraelíes, españoles no nacionalistas y gente de buena memoria histórica, inteligencia viva y buen juicio que ven mermadas sus libertades individuales, optan por la protección de los armarios ahora que se están quedando libres. Una minoría, como es natural, que no entró en los armarios hace cuarenta años por una causa, no lo hace tampoco por otra en estos infelices tiempos. Las tortas que le venían de un lado vienen ahora de otro, pero conoce al personal y tiene experiencia del pasado.

De esto se deduce que quienes más vociferan no son mayoría ni tienen por qué llevar la razón, sino que necesitan resarcirse del silencio de tantos años entre sedas y cachemiras o entre algodón y fibras sintéticas, según su posición económica. Los zerolos y las ménades no son ejemplares de una especie nueva. Han existido siempre por la capacidad humana, censurada por los clásicos, para seguir al carro del vencedor, no correr riesgos y aparecer de improviso como modernos portadores de novedades. Las ménades y los zerolos saben en cada momento histórico lo que tienen que hacer sin yerro: usar mochila o cartera, ponerse corbata o ir despechugado, cantar "Corazón Santo, tú reinarás" en una procesión o manifestarse a favor de los palestinos y de Fidel Castro, entrar o salir de los armarios. Nunca se equivocan. Saben dónde y con quién hay que estar en cada bandazo político, y en todo siguen las enseñanzas de santa Teresa: "… y aunque no sintiese devoción, la fe le decía que estaba bien allí."

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