EN 1532 la Corte Pontificia donaba al arcediano Rodrigo de Argumedo una ermita regulera que estaba a las afueras de Jerez. La pequeña iglesia, vieja y arruinada, se encontraba en el campo a cierta distancia de la puerta del Arroyo y sobre un terreno arcilloso que era utilizado por los tejeros para fabricar cántaros y materiales de construcción. Por si fuera poco, los ciudadanos utilizaban esta zona como vertedero así que, como pueden figurarse, se trataba de un enclave muy similar al Paraíso Terrenal. Dos años más tarde (y suponemos que a instancias de don Rodrigo) los frailes agustinos habían fundado allí un monasterio.

Desde su llegada los monjes pidieron al Ayuntamiento que construyera una calzada que uniese la ciudad con el nuevo convento. Por un lado alegaban que ésta era una de las salidas principales hacia Sanlúcar, El Puerto y Cádiz. Por otro, que al ser aquello un barrizal en cuanto que caían dos gotas no había quien pasase y nadie iba a rezarle a Nuestra Señora de Guía ni a darle limosnas, con lo que los agustinos las pasaban canutas. A quienes piensen que el actual Gobierno Municipal es un desastre les diremos que comparado con el del siglo XVI funciona con la precisión de la administración prusiana. De hecho, los caballeros capitulares (antecesores de nuestros concejales) tardaron setenta años en hacer un kilómetro de calzada que para colmo estaba tan mal construida que no tardó en arruinarse. Hartos ya de tanto fango, tanto abandono y en suma, de tanto cachondeo, los monjes de San Agustín abandonaron el monasterio en 1643 y se trasladaron al casco urbano, al inmueble que había ocupado el Hospital del Pilar en las inmediaciones de la parroquia de San Miguel, donde permanecieron hasta 1835. No obstante, a finales del XVII el Consistorio levantó sobre las ruinas del convento de Guía una pequeña iglesia dedicada a San Isidro, que ha llegado hasta nosotros.

Pero esto es tan sólo la mitad de la historia de este inmundo enclave. En 1543 se produce en Los Albarizones City un asombroso descubrimiento: una monumental captación de agua del tiempo de los musulmanes. El Ayuntamiento, que era consciente del problema de una ciudad que se abastecía tan sólo con agua de pozo o con la que acarreaban los aguadores desde las fuentes del término, decidió traer el líquido elemento hasta Jerez. La obra de la conducción del agua desde Los Albarizones (lugar entonces conocido como La Alcubilla) hasta Jerez, fue una auténtica epopeya. Al talante boliza de la Corporación Municipal hubo que unir el elevado presupuesto, las artimañas que hicieron los cartujos para desviar el agua a su monasterio, el incivismo de la población que no dudaba en partir las cañerías para regar sus huertos y sobre todo, los condicionantes del terreno, que imposibilitaron que la conducción llegase hasta el casco urbano. La topografía fue la que mandó y al final lo más cerca que pudieron traer el agua fue (miren ustedes qué casualidad) junto al monasterio de Guía, a uno de los puntos de cota más baja del extrarradio de la población. Allí se inauguró la fuente de La Alcubilla (en referencia a su origen) en 1555, si bien el edificio que se conserva en la actualidad fue levantado en 1612 según los planos del ingeniero militar Cristóbal de Rojas.

La historia de la fuente de La Alcubilla podría haberse titulado La eterna avería, pues tuvo innumerables reparaciones y cortes de suministro a lo largo de los más de trescientos años que estuvo funcionando. En 1869, coincidiendo con la inauguración del suministro de agua desde Tempul, La Alcubilla dejó de prestar servicio y a partir de aquel momento el mamarracho que había sido aquella zona se convirtió en un mamarracho al cubo. Se cerró la iglesia y ya nadie iba a por agua, así que aquel erial volvió al abandono más absoluto.

En 1861 la ermita de San Isidro (o de Guía, como también se conoce) fue vendida a un particular. Entonces llegó el desmadre a la jerezana. En el inmueble se instaló una fábrica de aguardiente, luego una cuadra y luego la familia González fundó allí una escuela y reabrió el templo, pero en breve todo volvió al desastre. Lo único que perduró fue una tapia que construyeron alrededor y aquello quedó desierto hasta los años ochenta en que sirvió de sede del Club de Fútbol Soberano (ahí queda eso) y por último de chutadero. Como fin de fiesta por bulerías, en el interior hubo un incendio. Tras una permuta de terrenos, la pequeña y vilipendiada iglesia y la fuente seca pasaron a propiedad municipal y, como por arte de encantamiento, dos prodigios sucedieron: se entregó el inmueble a la Cofradía del Perdón y se proyectó la construcción de viviendas en un sector importante de la parcela.

De lo primero, qué quieren que les diga. Gracias a la hermandad se salvó este edificio histórico, pero también es cierto que podrían haberlo hecho con mejor gusto. A la iglesia la mutilaron abriéndole una puerta para que salieran los pasos, pintándola de rosa y dejándola por dentro como el salón de una casa cateta. La construcción que levantaron entre la iglesia y la fuente, sin embargo, no destilaba tan mal gusto. Sobre los nuevos pisos ya en el libro La intervención en el patrimonio. El caso de las iglesias jerezanas, publicado en el 2003, decíamos que era un disparate y que lo que había que hacer allí era un parque que sirviera para adecentar la zona y poner en valor los monumentos que se encuentran en aquel solar.

Ahora que las máquinas de la inmobiliaria rugen junto a la ermita y que han empezado los movimientos de tierra, han comenzado a alzarse las voces de algunos ciudadanos. Pero ya no hay nada que hacer. Quizás la conciencia cívica de los jerezanos respecto al patrimonio esté cambiando y este revuelo sea un indicio pero, ¿por qué nadie ha hablado antes? Nadie ha dicho nada no sólo de este caso, sino de atentados mucho más graves que se han cometido contra el patrimonio en Jerez. Todos han callado ante el destrozo que se ha hecho durante años en los claustros de Santo Domingo, el abandono de la zona más valiosa del palacio de Villapanés, la destrucción de las Carnicerías Viejas que estaban en la plaza Peones (demolidas por completo so pretexto de su rehabilitación), el intento de venta de San Juan de los Caballeros, la destrucción del patrimonio bodeguero, la basura acumulada junto al hermoso puente de Cartuja ni ante la destrucción sistemática del casco histórico a manos de las inmobiliarias que dejan una portada y destruyen el resto de casas centenarias. Ahora vendrán a rasgarse las vestiduras para salvar un mojón patrimonial que ya no tiene salvación. Sí, ha aparecido un puente y un tramo de calzada del XVI, pero estos restos tienen escaso interés y el bloque, para que todos lo sepan, se va a construir de modo absolutamente legal dejando hecha una piltrafa tanto a la pequeña iglesia customizada por la Hermandad del Perdón como a la fuente semirruinosa. Sólo nos queda entonar un réquiem por la ermita de Guía y la fuente de La Alcubilla, lamentándonos por su muerte mientras ondean al viento, en señal de luto, las banderas de la Inmobiliaria Osuna.

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