Es una auténtica pejiguera. Con tanto derecho al pataleo, la gente se pasa el día pidiendo explicaciones. ¿Faltan camas en los hospitales? Pues nada, en vez de hacer la vista gorda (o de considerar que quizás no falten camas, sino que sobren enfermos) a muchos insidiosos no se les ocurre nada mejor que acusar a nuestras autoridades sanitarias, como si ahora esas autoridades fueran a tener la culpa de todo.

Pero si la queja tiene que ver con otros problemas como el desempleo (no olvidemos que encontrar trabajo en Andalucía está, junto a la telequinesia, entre los fenómenos considerados paranormales) tampoco crean ustedes que hay más comprensión por parte de esas personas de condición cojonera. Allá que se lanzan a la yugular de los políticos que habían prometido soluciones contra el paro, sin tener en cuenta que antes que políticos son personas, que una vez fueron niños y que también tienen derecho a soñar despiertos.

Y así con todo. Da lo mismo que pillen a uno que llegó a ministro pero que no era muy de pagar a Hacienda, o que sospechen de un par de presidentes autonómicos por el simple hecho de amparar desfalcos a lo grande. Con espíritu inquisitorial se exigirá que haya juicios y que rueden cabezas, como si los que llegan al poder no fueran de carne y hueso.

La gente, ya digo, se está acostumbrando a exigir responsabilidades por todo lo que le parece mal. Pide explicaciones y para colmo no se conforma con la primera que le largan. Cuando explican, por ejemplo, que el precio de la electricidad sube porque apenas sopla el viento, en vez de callarse la boca, esa gente preguntona vuelve a la carga, y más cabreada aún, sobre todo al comprobar que después sopla una ventolera, de las que enloquecen a los molinos y a los paisanos, y no es que el recibo de la luz baje, sino que vuelve a subir sin que a nadie se le caiga la cara de vergüenza.

Para evitar que estos intrigantes sigan enredando y busquen las causas de estas miserias civiles en razones de corte picaresco, resulta muy socorrida aquella teoría, la del efecto mariposa, que sugería que una pamplina (como el aleteo de un insecto) podría desencadenar un terremoto en la otra punta del planeta. O sea, que la subida de la luz en un momento dado no tendría nada que ver ni con el tiempo que hace ni con lo mucho que consume un corrupto a todo gas, sino con causas remotas que a nuestro discreto entendimiento ni se le alcanzan.

Así que no exijamos responsabilidades a lo loco. Si una vulgar polilla puede hacer que tiemblen los cimientos del mundo, quién sabe, tras el estropicio sanitario andaluz, o tras el desempleo galopante, o el bochornoso estado de los autobuses urbanos en Jerez, no tiene por qué esconderse ni el golferío institucional ni la mala gestión. Tal vez sean el efecto de un estornudo en Varsovia, de un charco en Manhattan, o de un niño de Mondariz que, sin saber la que estaba liando, no quiso comerse las lentejas.

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