La ciudad y los días

Carlos Colón

Riqueza tecnológica, penuria ética

SE ha escrito, tras la detención de 121 personas de toda edad y condición, que "la pornografía infantil en internet, que en España conoce un alarmante auge, combina la psicopatía de individuos dispuestos incluso a grabar y comercializar sus abusos, con la demanda de tales productos por personas que se consideran con derecho a satisfacer todos sus deseos". Es cierto. Como también lo es que las causas de este "alarmante auge" de la pornografía infantil son el creciente número de quienes se consideran con derecho a satisfacer todos sus deseos y las facilidades que la técnica les da para hacerlo. No puede olvidarse que se trata de una manifestación delictiva, extrema y repugnante de algo constantemente inducido por los discursos socialmente hegemónicos que reducen todo valor a precio, toda felicidad a posesión, toda realización a consumo y todo proyecto de vida a la satisfacción de los deseos, propios o inducidos, con una distinción cada vez más leve entre los inocentes y los culpables, los inofensivos y los dañinos, los legales y los delictivos.

En este sentido es interesante que el texto antes citado aluda al consumo de pornografía infantil como "demanda" de un "producto". Porque cualquier demanda halla satisfacción (legal o ilegal) si con ello se obtienen beneficios. Y la lógica del beneficio tiende a ignorar (a través del delito) o a debilitar y abolir (por medio de la permisividad) cualquier barrera ética que se interponga entre el deseo y la obtención de ganancias a través de su satisfacción. Si el beneficio siempre ha sido motor de comportamientos lícitos o ilícitos, nunca como ahora ha carecido de frenos religiosos, éticos, políticos o educativos. "Dios ha muerto", dijo Nietzsche. Pues bien muerto esté, respondió el mercado; añadiendo: y muera también Kant (o la moral laica) con él. Por eso, este repugnante delito se multiplica como una pandemia favorecida por un clima hipererotizado e hipersexuado y por la existencia de cauces cada vez más difíciles de controlarse.

Se produce en esto un encuentro entre sofisticación tecnológica y penuria ética que recuerda el sombrío veredicto emitido por Michel Henry en La Barbarie: "Entramos en la barbarie… Ante nosotros encontramos lo nunca visto: la explosión científica y la ruina del hombre… Llamo prácticas de la barbarie a todos los modos de vida en los que ésta se realiza de una forma tosca, zafia, rudimentaria -inculta, precisamente-, opuesta a las formas elaboradas, que no son solamente las del arte, el saber racional o la religión, sino que se encuentran en todos los planos de la actividad humana".

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