Siento el alivio de no haber escrito nunca con saña de Rita Barberá. A veces, me afean que no fustigue más la corrupción política, que nombro a menudo, pero de pasada o a modo de ejemplo o como manifestación o síntoma de males más profundos y desapercibidos. La razón estriba en la racionalización del esfuerzo y en la división del trabajo. Si para combatir la corrupción ya están los jueces, los fiscales, la policía, la UCO, los reporteros, los tertulianos y la oposición política, ¿no es mejor que el pequeño columnista trate de alertar sobre otras costumbres, ideas, actitudes o acciones que no están recogidas como tipos delictivos por el Código Penal, pero que necesitan una crítica a contracorriente que apenas se hace?

Por ese convencimiento general me he salvado del particular regusto amargo que me quedaría de haber contribuido a la lapidación de Rita Barberá. La impresión ahora es que la pena de telediario ha sido una pena de muerte, aunque no hay por qué castigar más allá de lo razonable a aquellos que sí denunciaron a la ex alcaldesa, como era su deber o su trabajo de periodistas o fiscales o rivales políticos, ni a los compañeros de partido que terminaron por dejar de defenderla, erosionados por tanto desgaste. El desenlace, tan triste, tan inesperado y casi tan novelesco, no debe producir un cambio de víctimas del mismo linchamiento mediático. Sí producir, eso sí, una reflexión acerca de nuestros escándalos públicos, que no esperan jamás a que la Justicia -que también podía ser más rápida- aclare y decida definitivamente. Estoy seguro de que a Rita Barberá le gustaría dejarnos este legado: una mayor prudencia y una mayor mesura en los juicios paralelos y periodísticos. Legado que habría de sumarse al de muchos años entregada a la política y a su ciudad. Valencia queda llena de lugares en que dejó su mejor huella.

(Generalmente, me da rabia que me hablen de lo consoladora que es mi fe, porque también es exigente; pero esta vez lo confieso. Tras este infarto fatal por sorpresa, que nos ha dejado tan mal a todos, sí he encontrado un consuelo en la fe. La muerte es el auténtico suplicatorio: permite que te juzgue el Tribunal más Supremo, aquel que es todo verdad y amor, justicia y misericordia. Desde aquí, no sabemos; pero estoy bastante seguro de que Rita Barberá va a tener un juicio muchísimo mejor que el que le esperaba, sin ruido de flashes, tan tranquila.)

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