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el cuentahílos

Carmen / Oteo

Ruiz-Mateos

A Ruiz-Mateos le pasa lo que a mí, que le sientan los disfraces como un tiro. Da igual que se plante un traje de superhombre, un uniforme de presidiario o una gabardina de gánster. Da imagen de enajenado, de criatura mortificada por la injusticia. Siempre va vestido, en verdad, de loco creíble.

Era un personaje que generaba simpatía, en parte por sus locuras y en parte por el rechazo que provocaban a su vez, Boyer y Preysler. Sobre todo, te ponías de su lado, por la forma en que confiscaron sus bienes, para venderlos después por tres pesetas a sus amigos. A los hechos me remito.

Lo peor viene después, cuando se quita el disfraz de enajenado y, es capaz, con su impecable traje de chaqueta cruzado, su remero de hijos, sus golpes de pecho y su particular modelo empresarial, de montar un conglomerado de empresas y repetir la operación, esta vez, con el escudo protector de los paraísos fiscales, sin banco propio que le autofinancie y con las continuas advertencias de la CNMV.

No hay incautos ahorradores, hay miles de pequeños y arriesgados inversores que se dejaron llevar por el canto de sirenas del 8% de rentabilidad anunciado en una campaña que te ponía los pelos de punta.

Cada vez que aparecía una noticia en prensa en la que un experto valoraba una botella de brandy en 6.000 euros o se decía que Nueva Rumasa estaba comprando por una cantidad milmillonaria al contado una empresa, me decía a mi misma lo mal que andaría la cosa para tener que recurrir a semejante publicidad para captar inversores.

El otro día "cantó la gallina". La Seguridad Social embargaba sus bienes y, a las pocas horas, se conocía que Rumasa había presentado el preconcurso. No era inesperado ni para el propio Ruiz-Mateos pues un preconcurso no se prepara en un plisplás.

Disfrazado de sí mismo ha prometido pagar a sus inversores y yo le creo. Dirá que el Estado les pague a cuenta de lo que le deben. Se veía venir.

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