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EL sábado pasado, día 1, fue la fiesta de san Eloy, llamado también Eligio, una figura muy popular en todo el mundo cristiano que, con el tiempo, ha perdido mucho favor de los devotos. Las iglesias bajo su advocación son numerosas en toda la cristiandad y la iconografía abundantísima. Su femenino es Eloísa. Vivió entre los siglos VI y VII, bajo los reyes merovingios, una época violenta, de reinos inestables que desembocaría en el imperio carolingio y, más adelante, en la formación de Francia y Alemania como naciones. Se hizo famoso por su habilidad como orfebre, tanto que el buen rey Dagoberto lo nombró monedero real y tesorero, encomendándole aparte, al ver su inteligencia, delicadas misiones diplomáticas. No obstante, su inclinación no estaba en los fastos de la corte sino en la vida retirada de piedad en un monasterio, lo que tampoco consiguió del todo como se verá enseguida.

A la muerte del rey Dagoberto se ordenó sacerdote y fundó el famoso monasterio de Solignac en la región de Limoges, muy conocida por sus esmaltes; pero poco duró el retiro, pues por su fama de hombre virtuoso y justo lo obligaron a aceptar el obispado de Noyon. Lo aceptó con la condición de que pudiera nombrar un administrador apostólico que le tuviera informado de la marcha de la diócesis y del aumento de las piedades cristianas entre su grey, pues su dedicación iba a ser de por vida la orfebrería y los ricos esmaltes, sin abandonar las cargas de obispo en cuestiones de importancia. Fue muy querido de sus fieles y muy trabajador. Raro es el relicario antiguo, altar, trono o joya delicada de su tiempo que no se le atribuye, aunque es de suponer que no tuvo tiempo en toda su vida de labrar tantas y tan ricas piezas tenidas por suyas. Pensaba con razón que la labor de orfebre era una manera de rezar creando belleza.

Todo empezó cuando era un joven herrero y el Diablo, envidioso de la virtud juvenil, se le presentó a caballo transformado en mujer. Mientras el santo herraba al animal, ella desplegó sus artes seductoras para hacer caer en pecado al muchacho; pero éste tuvo un aviso celeste y supo que era el Demonio, al que cogió por la nariz con unas tenazas al rojo y lo sacó a la plaza para vergüenza pública. Otro día vino un caballero de noble continente, jinete de un soberbio caballo de gran valor. No pudiendo Eloy herrar a un bruto inquieto con el esmero que el cliente merecía, le cortó una pata para manejarla con destreza. Luego, unió el miembro amputado al animal y, milagrosamente, no quedó señal de la terrible herida. Jesucristo, pues no otro era el caballero, le concedió un porvenir glorioso. Herreros, orfebres, hombres débiles con las mujeres, y mujeres empeñadas en seducir a hombres de sexualidad descarriada hacia otros hombres, lo tienen por patrón y abogado.

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