Alberto Núñez / Seoane

Sentir de Feria

Tierra de nadie

Es lunes de Feria, uno de esos días que, por estas latitudes, conforman una de las tres semanas más esperadas del año.

Es uno de esos tiempos en los que el compás acaricia, con rítmica melodía, el son que acuna los sentires de nuestro existir.

Para muchos, banal; para otros, gloriosa; para éstos, excesiva; para aquellos, perfecta… es como la misma vida: tan diferente que su semejanza nos asusta.

Lo que a mi, en particular, me llama la atención es la capacidad, en muchas ocasiones ignorada, que tienen las personas para acomodar miserias, relajar angustias, olvidar rencores, postergar responsabilidades y arrinconar decepciones; rellenando a cambio, aunque sólo sea por unos días, el vacío conscientemente generado, con el afán de gozar, las ganas de disfrutar, el ansia de reír y el deseo de olvidar; ¡sabia alternancia en las prioridades de las afinidades electivas que determinan nuestra vida!

Preocupaciones que no son, marcan más de lo que debieran nuestros días; las prisas, los determinan en exceso; los fracasos nos atormentan en demasía; el éxito nos condiciona, bastante más de lo razonable; y, por fin, el miedo -atroz- a la muerte -que sabemos inevitable- nos acaba matando antes de morir, poniendo en nítida evidencia el fracaso, para los que suponemos tenerla, de nuestra inteligencia.

Para tratar de poner remedio a todo este rosario de adversidades, más virtuales que ciertas, recurrimos al consejo del psicólogo o a la ayuda de los libros, al tratamiento de analistas especializados o a la diagnosis del chaman olvidado, al hombro del amigo o a los colmillos del enemigo; igual nos da, giramos sin rumbo, y terminamos en el lugar del que partimos.

Sin embargo cuando, en una tarde dulce de primavera, las mañanas de Mayo asoman por las tímidas ventanas de un Abril, ya casi lejano; algo altera el sentir de "las gentes que a estas tierras vinieron".

Es como si el viento de levante tornase su fuerza, calurosa y delirante, por la frescura amable de una brisa marinera anclada entre la sal y la mar. Es como si la vida cotidiana, con sus miserias, envidias y desilusiones; cambiase su penitente cuaresma por la plenitud de la alegría, el vértigo de la amistad y la fantasía de la ilusión sin fin, de una festiva noche de carnaval. ¡Sí!, ¡eso es Feria!

Las gentes se quieren divertir, y por conseguirlo, están dispuestas a olvidar afrentas idiotas, a perdonar inocuos insultos, a deshacer inconsistentes entuertos… Casi todo vale para no echar a perder el goce de unos días de soleada alegría, envinado disfrute y concurrida amistad ¡Ah, si fuese esta, y no otra, la actitud con la que la mayoría enfrentase la mañana cada uno de los días que por vivir le quedasen!, el mundo sería, sin duda, un lugar mejor en el que vivir. De momento, siempre nos quedará la Feria.

Yo, que ya no soy, aunque si lo he sido, muy feriante, no dejo de seguir admirando y disfrutando del espíritu que embarga esta ciudad, a las gentes que la viven y a las que de fuera la visitan, cuando el alba de Mayo clarea los atardeceres de Abril y el Real de la Feria se viste de farolillos y claveles, de romero y cante por sevillanas, de bulerías y alegres copas de vino fino…

Si, ¡claro que vale la pena!, porque, ya saben: "¡a vivir, que son dos días!", dice el refranero; y le podemos añadir: "¡y uno de ellos llueve!". Así que vamos a intentar sorprendernos a nosotros mismos, aunque sea un poquito, y tratemos que ese sentir especial que tan bien nos sabemos "trabajar" en tiempos de feria, se prolongue un poco más y nos ayude a saber aprovechar mucho de lo bueno que la vida nos ofrece. Los problemas vienen solos, no hay que molestarse en buscarlos; pero los buenos momentos perdidos, nunca se podrán recuperar; vendrán otros, pero esos se fueron y no volverán.

Espero y deseo que sepan, puedan y quieran, sentir la vida como si en feria estuviesen. Y recuerden: termina, sólo, cuando ustedes lo decidan.

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