Soares y los buenos tiempos

Parece como si ese socialismo a la vez solidario y burgués de tanto éxito hace sólo unos años no tuviera ya cabida en la política

La noticia de la muerte de Mario Soares la semana pasada en Lisboa nos traslada a los tiempos felices de la socialdemocracia en Europa. Hablar de Mario Soares y Portugal es como hacerlo de Felipe González y España, de François Mitterrand y Francia, de Olof Palme y Suecia; es evocar la socialdemocracia como una forma justa y razonable de gobernar sin socavar necesariamente los cimientos de la libertad; es invocar el carisma y la representatividad en el ejercicio del liderazgo; es aplicar el pragmatismo y la moderación en la gestión del poder ante los cantos de sirena del populismo.

Presidente de la República, primer ministro y europarlamentario, me temo que cada vez quedan menos políticos de su categoría, y más en la izquierda. Naturalmente, como le ocurrió aquí a González, Soares tuvo también su declive y en Cavaco Silva a su Aznar particular, y como aquel también sufrió una dolorosa derrota, pero ésta no empaña la imagen pujante del país que gobernó tantos años, que como el nuestro también dejaba atrás una larga dictadura, y que siempre tuvo como primera aspiración la integración en Europa de pleno derecho. Juntos, en enero de 1986, Portugal y España entraban en la entonces Comunidad Económica Europea.

El fallecimiento de Soares a sus 92 años tiene también algo de réquiem por la socialdemocracia como alternativa a los partidos liberales o conservadores que dominan en buena parte de Europa, o a los movimientos de corte populista que acechan a derecha e izquierda. Parece como si ese socialismo a la vez solidario y burgués de tanto éxito hace sólo unos años no tuviera ya cabida en nuestra política, y ahí andan los partidos socialistas europeos, sorteando como pueden los embates de la crisis y el terrorismo en Francia, aliados con los nuevos comunistas en la propia Portugal o perdidos en la búsqueda de su identidad en España, donde ninguna salida está descartada aún.

La realidad, después de todo, es que aquellos anhelos de la izquierda clásica sobre el Estado de bienestar, la sanidad universal, la educación pública y gratuita, las pensiones… forman parte ya de los derechos innegociables de toda la sociedad misma. Aquí, liberales, lo que se dice liberales, pocos, y visto lo visto, hasta el más reaccionario de los conservadores tiene algo de socialdemócrata. Por eso, hoy evocamos la figura de Mario Soares. En el fondo, era uno de los nuestros.

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