Programación Guía completa del Gran Premio de Motociclismo en Jerez

Parecía imposible que ganara Trump porque es difícil decir más burradas juntas en un país donde hace ya tiempo que llegó el ferrocarril. Parecía imposible porque es difícil caer fatal a tanta gente dentro y fuera de los Estados Unidos. Pero por eso mismo, porque parecía imposible, el líder republicano llegó y ganó. Si su campaña se hubiera basado en prometer paz, armonía y un carril-bici que recorriera los 4.000 kilómetros de la Ruta 66, lo habría tenido crudo. O si hubiera intentado convencer a esas universitarias californianas tan modernas que leen libros que ni son de cocina y disfrutan yendo a los estrenos de Woody Allen. Pero como ha tirado de un repertorio más populachero, se ha mostrado como un chico malote y triunfador, y ha querido dar la imagen del chulo que castiga (de ese chulo que, mientras da un pellizco en el culo a la criada negra, nos recuerda sonriendo que no hay que ser racista si te dejan bien fregado el suelo), la cuestión es que no solo no se ha estrellado en las elecciones, sino que ya le han hecho copia de las llaves de la Casa Blanca.

Y es que el voto visceral tiene tanto peso como el voto juicioso. En las elecciones norteamericanas no se ponen dos urnas: una para la gente cabreada y otra para la gente que ha reflexionado profundamente. Allí van todas las papeletas al mismo saco, y por eso el voto del que no sabe quién fue Napoleón vale lo mismo que el de un catedrático de Harvard. El de los artistas neoyorquinos de vanguardia pesa tanto como el de quien está deseando que llegue el fin de semana para ir a cazar búfalos a Dakota. Y eso ocurre así porque las democracias tienen esta peculiaridad: en ellas el voto de quien está a favor de la igualdad, la libertad y la fraternidad es tan válido como el de aquel que se caga en la igualdad, la libertad y la fraternidad a partes iguales.

Por ello, si el candidato republicano atacó con golpes bajos a su rival demócrata, se descolgó luego con alardes de un machismo silvestre y tampoco se olvidó de hacer un guiño a sus simpatizantes más racistas (dejando caer que con mucho gusto construiría un muro en la frontera para que de México no pasaran a Estados Unidos más que botellas de tequila y alguna chamaquita guapachosa), ¿cómo se explica que en vez de salir apaleado, ganara las elecciones? Se explica, supongo, porque una representación considerable del pueblo prefiere que gobierne alguien así.

Muchos querrán ahora venir con el cuento de que esos que lo votaron no son el pueblo, o que los millones de mujeres que escogieron la papeleta de Trump no son exactamente mujeres. ¿Pero entonces qué son? ¿Perritos de la pradera? ¿Periquitos? No nos olvidemos de esto: en las democracias el pueblo es tan soberano cuando vota a favor de las mejoras sanitarias como cuando vota a favor de la pena de muerte. Pero eso se sabe allí porque en aquel país ya elegían presidentes del Gobierno cuando en España aún andábamos pendientes de saber por dónde iban los caprichos de Fernando VII. O sea, que nos llevan ventaja. O nosotros a ellos, que ya no sé yo.

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