Miércoles sonrojante y domingo para el oprobio, así es como se retrató fielmente la realidad del fútbol español. De la heroicidad del Barça a otra remontada, menos heroica, más doméstica, del Real Madrid bajo el denominador común de que en este mundo traidor nada es verdad ni mentira, que todo es del color del cristal con que se mira. Y la realidad es que lo ocurrido deja con la credibilidad bajo mínimos al fútbol.

La épica gesta del Barça para doblegar al PSG necesitó que un alemán le allanase el camino con una curiosa interpretación de la regla del penalti. Todo eso dio pie a que el madridismo estallase y hasta tuviese el cinismo de rasgarse las vestiduras, pero eso sólo duró cinco días. El domingo iba a ocurrir algo parecido en favor del Madrid y ahí estalló el barcelonismo en otro alarde de hipocresía y sin pararse a pensar que quien esté libre de pecado que tire la primera piedra.

Es un retrato filosófico del fútbol español y de cómo el aparato mediático se comporta. Se demuestra de manera palmaria que sólo importan los dos colosos. Únicamente cobra relevancia lo que ocurre en sus partidos y hasta desde los órganos oficiales se tuerce en ese sentido. Si Fernando Villalón sentenciaba que el mundo se dividía en dos, Sevilla y Cádiz, el fútbol en nuestro país es Real Madrid y Fútbol Club Barcelona para lo que gusten mandar.

Hasta que ese Mateu Lahoz que arbitra bajo un reglamento sui génerisdejó en el campo a Keylor Navas, la indignación vestía de blanco por lo que soportó el PSG en Barcelona. A partir de ahí, el berrenchín se vistió de azulgrana mientras el resto de devociones miran estupefactad cómo la dicotomía más cruda impera en el fútbol. En el fútbol general según se vio en el Camp Nou y en el nuestro en particular según sufrió el bético cinco días después, sólo cinco días después.