No soy urbanista, ni arquitecto, de manera que no tengo ni idea de por qué en las calles de algunas ciudades como la nuestra se siguen usando los adoquines para el tráfico rodado. Porque bonitos serán, y evocador y todo lo que ustedes quieran, pero para circular en coche, moto o bicicleta es un auténtico suplicio. Que conste que soy de la opinión de que hay elementos clásicos en las ciudades que las embellecen o le dan sus señas de identidad, pero en el caso de algunas calles de Jerez, José Luis Díez, Cristina o plaza Esteve, por poner solo algunos ejemplos, sería urgente llamar al primer camión del circuito de velocidad que está asfaltando la pista y traerlo para que dejara esto un poco decente. No creo que haya muchas más ciudades donde el vehículo sufra tanto como aquí, con ese tembleque que hace vibrar el volante. Siempre he creído que el mayor índice de ventas de amortiguadores de coches, motos y bicicletas está en Jerez, y que las pruebas más duras para probar la fiabilidad de la suspensión de los coches que van al rally Dakar se hacen por el centro de la ciudad. La conclusión, al final de la evaluación, es clara: si la amortiguación no casca aquí, ya te puedes ir a correr con el coche por esos desiertos dejados de la mano de Dios. Cómo me gustaría que esos dichosos adoquines desapareciesen, o al menos que estuviesen colocados como los de la calle Lealas o Merced, que al menos no te ponen el hígado a la altura de la glotis, ni los riñones en la pleura. Ese asfalto, que rule. Que aniquile tanto pavimento maldito. Que, desde luego, si hay por ahí todavía hay algún coche con radiocasete y cintas de Los Chichos o Antonio Alemania, debe estar enredándose cada dos por tres en los cabezales mientras suena aquello de: «Mala malita mala, mala es tu condición, malo Malo, malito, malo, malo es tu corazón», que decían Los Chichos. Malo no sé, oiga, pero incómodos, los adoquines son un rato. ¿Que no?

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