DICIEMB RE se soporta mejor que noviembre por el tintineo, ese sonido de campanillas de cristal que parece inventado para los sentimentalismos navideños. Las dulzonas voces infantiles también, a pesar de ellas, contribuyen a que lo soportemos. Por lo menos pasa algo. Si uno quiere y el ánimo le ayuda, puede estar de fiesta en fiesta todo el mes, lo que pasa es que el ánimo no siempre empuja y las fiestas interminables cansan. El hombre no está hecho para las tinieblas de las noches largas, sino para la luz y el calor del sol. La noche anual en la que estamos metidos hasta bien entrado enero, se vive muy bien, según nos cuentan, en los países muy fríos, pero en los cálidos se tolera mal. Se adapta uno, se defiende, procura distraerse; pero es inútil: no pasa día que no se agarre a la esperanza de la primavera, a los recuerdos de un tiempo cálido que, parece, nos han robado. No bastan villancicos ni pestiños para salvarnos de la noche.

Desde muy antiguo se han celebrado estas fechas. El día 10 empezaba el año solar egipcio, cuando la inundación del Nilo llegaba a su máximo. Se celebraba aparatosamente y se permitían ciertos excesos y transgresiones antes de emprender los trabajos de la siembra. Por el contrario, en Roma, el día 11, aparte de conmemorarse la unión de los pueblos latinos, se sacrificaba un carnero en honor del Sol y se organizaban juegos y luchas para acompañarlo y consolarlo en sus momentos peores. Luego venían, el día 15, también en Roma, las Consuales en honor de un antiguo y extraño dios romano, Conso, protector, se cree, de los granos de los silos, pues su templo estaba enterrado en el centro del Circo Máximo. Los animales de carga y tiro descansaban ese día y eran coronados de flores, mientras se celebraban carreras de caballos en homenaje a un dios puramente romano.

De las Saturnales, que venían después, en recuerdo de la Edad Dorada del reinado de Saturno, ya hemos escrito en otra ocasión. Las fiestas intentan suavizar los trabajos y penalidades humanas para que luego se vuelva a la normalidad con la ilusión de las fiestas que vendrán. En invierno, los excesos en la comida y el vino, los bailes, cantos, ejercicios gimnásticos y luchas vendrían a paliar los efectos del frío. Las celebraciones de la Navidad tienen también un componente notable de pelea contra el frío. En Roma había muchos días de asueto porque no existía el festivo semanal, como entre nosotros, y porque al pueblo había que darle distracción de vez en cuando para compensarlo de una vida penosa y corta. Cuando la vida es más larga, el bienestar grande y los medios económicos no faltan para lo superfluo, hay que distraer al pueblo del hastío. Con fiestas, naturalmente. El caso es que reanude el trabajo creyéndose afortunado.

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