La ciudad y los días

Carlos Colón

ccolon@grupojoly.com

Mas y el 'Tiranosaurio fascio'

Cuando los fascistas insultan a alguien es inevitable sentir hacia él esa solidaridad que une ante un enemigo común

Serán los abogados defensores de Mas o sus correligionarios quienes contrataron al puñado de fascistas de guardarropía que lo insultaban a él ("¡Artur Mas, a prisión, por corrupto y por ladrón!") y al ex ministro García-Margallo ("¡Gobierno, traidor, defiende a tu nación!") cuando acudían a un debate en el Ateneo de Madrid? Porque ser insultado por un fascista hace automáticamente simpático al insultado, por antipático que sea lo que representa, de la misma forma que la unidad de España que dicen defender estos Tyrannosaurus Fascio se hace instantáneamente antipática. Así de emocionales son estas cosas.

Ya sé que son cuatro gatos y que aquí, afortunadamente, no nos ha salido un forúnculo como el Frente Nacional francés (bastante tenemos con el populismo podemita). También sé que cuando quienes insultan y agreden son de extrema izquierda nuestra peculiar justicia lo considera libertad de expresión (los de Blanquerna fueron condenados a cuatro años por el agravante de discriminación ideológica y los asaltantes de la capilla de la Complutense, con Rita Maestre al frente, fueron absueltos tras una sentencia surreal). Ya sé todo esto, pero es que nos ha costado tantos años limpiar los símbolos nacionales de la herrumbre franquista que se apropió de ellos (bueno… algunos se los regaló la II República al cambiar el himno y la bandera) que irrita ver a estos tipos agitando como suya una bandera que es de todos y está por encima de la contienda política, y berreando consignas sobre la unidad de España que ellos entienden y defienden de forma opuesta y distinta a como la entendemos y defendemos los españoles constitucionalistas.

Mas es lo que es, su última apelación a la Constitución que él vulnera es grotesca, los independentistas son lo que son y el truco de tapar corruptelas envolviéndose en la bandera separatista lo conocemos todos. Pero cuando los Tyrannosaurus Fascio se lían a insultarlos, a berrear y agitar sus tristes símbolos -el yugo y las flechas, como el fascio, la cruz gamada o la hoz y el martillo mataron ya lo suficiente como para se queden, ahítas de sangre, guardados en los libros de historia y expuestos en los museos de los horrores políticos- es inevitable sentir, si no una corriente de cariño, al menos esa cierta solidaridad que une a quienes tienen un enemigo común. Aunque se trate de Artur Mas.

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