Un día en la vida

Manuel Barea

mbarea@diariodesevilla.es

Trump en la discoteca

Trump se dedicaba en Studio 54 a mirar a las mujeres, sólo eso, ni bebía ni se drogaba, y era aburrido

El presidente de Estados Unidos es pieza de investigación arqueológica en vida, no hay que esperar como con los faraones, su versión antigua. Espulgando su pasado pueden hallarse claves que aclaren su presente. Cierto es que la intención de hacer caja y de ganar notoriedad con una revelación, sea la que sea, desde seria a frívola, desde fidedigna a posverdadera, tiene terreno abonado en el ansia mundial por saber cómo fue y qué hizo el joven que con el tiempo acaba usando el váter de la Casa Blanca, se llame Trump, Obama, Bush o Nixon. No digamos ya si se apellida Kennedy.

Ahora toca descifrar el jeroglífico Trump. Y parece que hemos dado con un viejo episodio que nos puede iluminar para comprender definitivamente al tipo actual. Todo lo de ahora cuadra si nos atenemos a sus noches en Studio 54, la celebérrima discoteca de Manhattan. Ya era un vip en Nueva York, así que fue invitado a su inauguración hace 40 años. Acudió con Ivana, se habían casado dos semanas antes. Y volvió posteriormente en numerosas ocasiones. Era un asiduo.

¿Y a qué iba? A mirar. Puro voyerismo. Se comía con los ojos a los pibones que se dejaban caer por la disco. Le importaba un bledo que Ivana estuviera cerca. Lo ha contado Mark Fleischman, que gestionó en los 80 ese templo del desfase y que en septiembre publicará Inside Studio 54. En una entrevista ha soltado que el magnate "no era nada divertido, nunca tocó la bebida o las drogas, y cuando estás entre una multitud que bebe y se droga y hay una persona que no lo hace, esa persona parece aburrida".

Y sospechosa. ¿De qué? De estar maquinando. Trump ya lo estaría haciendo: oteando su futuro de ganador y el de su Gran América mientras se codeaba sin contagiarse con la otra -John Belushi, Robert De Niro, Liza Minelli, Robin Williams, entre otros muchos- que desmadraba bajo la bola de cristal con los colegas más gamberros del otro lado del Atlántico -Keith Richards, Peter O'Toole, entre otros cuantos- al ritmo de la música, el intercambio de inhalaciones tóxicas, el trasiego de alta graduación y la fiebre del sexo salvaje. Trump permanecía sobrio con su refresco de abstemio, embridando la líbido, estoico ante tiritos y lingotazos, exhibiendo ya hábitos cicateros, observando con cara de asco el hedonismo de los juerguistas y hipando como un rijoso las nalgas inconquistables de las ninfas de la pista de baile.

La forja del 45 presidente de los Estados Unidos de América. Sí, todo un líder.

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