La tribuna

Carlos Suan

Túnez: males cometidos y consentidos

NO se trata de hablar del mal sino de ciertos males. Es preciso adoptar la perspectiva del hecho concreto. Ahora y aquí nos interesa aquel mal que suele pasar desapercibido, más bien miramos hacia otro lado tratando de considerarnos inocentes respecto del mismo. Nos referimos a aquellas personas que, no obstante conocer determinadas situaciones injustas, no desean enterarse de su existencia ni colaborar en su extinición. Optan por la condición de espectadores pasivos.

Es posible distinguir entre aquellos que son autores del mal en cuestión, aquellos que lo padecen y aquellos otros, distintos de los anteriores, que se limitan, con su pasividad e ignorancia interesada, a consentir que aquel ocurra. Fue el caso de aquellos ciudadanos alemanes que no deseaban enterarse de la barbarie nazi, o puede ser, también, el de algunos ciudadanos vascos que tampoco desean enterarse de los crímenes cometidos por ETA. Se trata de dos situaciones concretas que han constituido ocasión para las reflexiones contenidas en el reciente libro de A. Arteta Mal consentido. La complicidad del espectador indiferente. Y ante posibles objeciones por citar el País Vasco, menciona el informe del Defensor de dicho País (Ararteko) sobre las víctimas, advirtiendo que el mismo concluye, entre otras cosas, que la sociedad vasca rebosa de espectadores.

Las causas de esta complicidad con los males públicos indicados pueden ser el miedo, la ignorancia interesada, la sujeción al grupo por temer quedar aislado, y cierta insensibilidad moral que ocasiona la devaluación de la víctima respecto de la cual es preciso alcanzar un alto grado de descompromiso o alejamiento moral. Y todo esto, sin olvidar determinados caracteres del daño como su ambigüedad y gradualidad, incluso argumentos como "algo habrá hecho" (la víctima).

Junto a las causas, las excusas que pretenden justificar la complicidad pueden ser varias: a) La naturaleza del mal, en cuanto que éste no ha sido causado por nosotros, que es inevitable o que nos encontramos ante un dilema que habría que dirimir permitiendo algún daño para no ocasionar otro mayor. b) La inocencia del espectador, que siempre constituye una fuerte tentación (la tentación de la inocencia), sin olvidar emociones tramposas (una fácil e hipócrita compasión), ilusiones tranquilizantes (de intervenir, las consecuencias serían peores) y el peso de la mayoría. c) Razones de apariencia moral, como una falsa tolerancia que todo o casi todo lo justifica y que, con frecuencia, implica falta de criterio, o una solidaridad incoherente como aquella que presta una adhesión meramente privada a la víctima pero que calla en público, o una preocupación excesiva por guardar la equidistancia, añadiendo el descrédito que hoy día tiene cualquier gesto heroico, a la par que se aconseja una falsa prudencia que se confunde con temperamentos timoratos que ocasionan falta de libertad.

Pero debe quedar claro que las causas y excusas expuestas no suponen pérdida de responsabilidad ante las situaciones injustas denunciadas. Toda responsabilidad implica un hacerse cargo de las mismas, no dimitiendo ante ellas; esta dimisión causa complicidad con los males públicos que hay obligación de denunciar. Sin responsabilidad no hay culpa, pero aquélla puede existir sin ésta como no es extraño que ocurra en el mundo juridico.

Así las cosas, de nuevo es conveniente adoptar la perspectiva del hecho concreto situando ante nuestra conciencia los graves acontecimientos que estos días ocurren en Túnez y que se extienden rápidamente por el Norte de África. Parece claro que Europa ni es agresora ni tampoco víctima de los injustos comportamientos llevados a cabo por Ben Ali y políticos semejantes. Pero igual de claro resulta que ha consentido las injustas situaciones que han ocasionado las rebeliones populares que hoy están aconteciendo. La Unión Europea ha negociado con dichos países sin preocuparse de la condición social que padecen sus habitantes. Algo semejante a lo que está ocurriendo con China, empezando por Norteamérica. Como dice K. Gibrán, "de igual forma que ni una sola hoja se torna amarilla sin el conocimiento silencioso del árbol, tampoco el malvado puede hacer el mal sin la oculta voluntad de vosotros".

Uno de los retos de las democracias liberales es la construcción de una ciudadanía moral, donde los ciudadanos se consideren sujetos no sólo de unos derechos fundamentales sino también de unos deberes cívicos. Ese déficit convierte a las sociedades actuales en conjunto de individuos atomizados que ejercen su libertad sin cooperar con el interés público. Nuestra democracia es, en muchos aspectos, una democracia sin ciudadanos con rasgos preocupantes como la falta de civismo, la desafección política y la poca participación en los asuntos que conciernen a todos.

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