Es como si, a los miles de pensionistas a los que les recortan cada día, les informan que en los próximos días, esos que hacen de verdugos de las pensiones se van a subir los sueldos en proporción. O como si a los miles de parados de nuestra ciudad se les hace saber que tendrán que hacer cursos de formación permanente para desempleados de larga duración para que los organizadores de esos cursos se lleven comisiones vergonzosas. Igual que lo de hablar con la gente de bares, de hoteles y demás movimientos de turismo, que se lo curra a diario y a duras penas, se le diga que a la feria de Fitur hay que ir con toda la parafernalia añadida. Que es necesaria e imprescindible. Será para llenar hoteles, para que viajen los políticos, para que conozcan el frío de Madrid los enchufados o para que se hagan fotocalls junto a gente vip del mundillo los

Son bofetadas sin manos. Es aparentar más que otra cosa. Una feria creada por y para el propio sector. De manera autofágica y autodisplicente. Porque habrá que estudiar los beneficios para la ciudad en función del coste o beneficio porque, en los titulares, más de lo mismo. El enoturismo, con más recortes de viñedos cada año. El caballo, con los de colores cada vez más huérfanos. El flamenco, con una ciudad fantasma. Y la Semana santa con cuitas intrapalcos. Con menos esfuerzo y con criterio se podría dar la verdadera imagen y no la idílica que se suele llevar al megapalacio de congresos de Madrid. Sería mejor conseguir acabar con las obras inacabadas, avanzar los proyectos que siguen en fase de intenciones, aclarar los estatutos de las fundaciones culturales, terminar de una vez con las medidas de fomento o conseguir un ambiente de trabajo entre los funcionarios del ayuntamiento. Pero claro, quizás lo idílico sea todo esto. Y si hay que ir a Fitur, pues se vá. Pero ir para nada, pues como que no.

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