Wonder of the world

Cuando entre Sancho VII el Fuerte y Sabino Aranase quedan con Aranaes que algo no va bien

Navarra será el estupor del mundo ("Navarre shall be the wonder of the world") escribió Shakespeare en Afanes de amor perdidos; y por su dedicación al saber, precisamente. Para cualquiera que haya estudiado en la Universidad de Navarra, esas palabras del Bardo tienen casi resonancia profética y un timbre de exigencia. Por eso, nos da pena ver que la región foral, tan orgullosa por razón de su historia, el último reino independiente de la vieja España, con tanta personalidad como recogen sus fueros, se rinde a una bandera que inventaron hace poco más de un siglo.

Fíjense lo que va de las cadenas de Sancho VII el Fuerte (1212, como mínimo, que hay quien las remonta a 1160), a las rayas calcadas a la Union Jack por Sabino Arana en 1894, ayer no más. El parlamento navarro, menos navarro que nunca, ha determinado que es oficial que ondee la ikurriña en los edificios públicos de Navarra derogando la Ley de Símbolos de la Comunidad Foral.

Si fuese la bandera de España la que tuviese esas ínfulas expansivas, qué no se diría. O imagínense a la bandera andaluza empeñándose en ondear en Badajoz, en Murcia y en Ciudad Real. Nos parecería de novela de Fernando Vizcaíno Casas.

Aquí hay unas banderas que dan asco y nacionalismos mal vistos, y otras y otros que pueden ser descaradamente expansionistas, sin que apenas nos pasmemos. Navarra va sucumbiendo a una lenta invasión cultural a base de ikastolas y prestigio alternativo del vecino nacionalista. Lo asombroso es que le esté pasando teniendo más historia de aquí a Lima y unas tradiciones y una personalidad tan profundas y marcadas. Debiera servir de advertencia de los peligros que conlleva dejar desatendida la educación, la cultura y la construcción de la memoria histórica.

La lástima nos la tiene que dar a todos los españoles, no sólo a los que estudiamos en la Universidad de Navarra, porque España pierde diversidad con estas cosas. Estamos perdiendo Navarra para ganar nada. Porque el País Vasco, el auténtico, que es el mejor, y el nacionalista, ya los teníamos en el País Vasco. Cuanto más se ama algo, en este caso España, más orgulloso se está de su variedad y sus peculiaridades regionales, provinciales, municipales y hasta de sus barrios. Que una región se venga comiendo a otra, siquiera sea poco a poco y por los pies, nos debe dar algo de miedo, pues no es un movimiento tranquilizador; y, en todo caso, bastante tristeza.

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