la ciudad y los días

Carlos Colón

Los altares vacíos

SE puede no creer en Dios y mirar la muerte de frente: el sereno valor de los estoicos. Se puede creer en Dios y contemplar con pavor la muerte: la anciana superiora de Diálogo de Carmelitas de Bernanos. Se puede creer en Dios y afrontar la muerte confiando en Él: el "ya todo es gracia" que cierra Diario de un cura rural, por no salirnos de Bernanos. Las combinaciones entre muerte, creencia e increencia son tantas como sensibilidades humanas hay. Todo depende de la calidad humana del sujeto, de su valor y de la solidez de sus convicciones. Sé de creyentes que han muerto aterrados, aferrados a una religión degradada a mera superstición; y de ateos que han muerto valerosa y serenamente. Y también lo contrario.

La muerte de Sócrates y el suicidio de Séneca representan la grandeza de la muerte filosófica y estoica, admirada por igual por no creyentes y creyentes: San Jerónimo incluyó a Séneca en su santoral y Erasmo de Rotterdam rezaba Sancte Socrates, ora pro nobis. La muerte de Cristo, perdonando y recitando aun en medio de su angustia y su tormento los salmos 21 y 31, es el modelo supremo de la muerte cristiana.

El problema es quitar de en medio a Cristo -o cualquier otra religión seria- poniendo en su lugar, no a Sócrates, sino la última estupidez que el consumo haya fabricado, que las redes sociales hayan multiplicado o que la moda haya impuesto. Entonces la muerte se niega, se esconde, se disimula, se maquilla, se coge con las pinzas de los eufemismos.

Los revolucionarios franceses entronizaron a la diosa Razón en Nôtre Dame. Mala cosa, porque la razón tiene sus sedes y Dios sus altares. Confundirlos lleva al fundamentalismo (Dios ocupando las sedes de la razón) o a los modernos totalitarismos (la razón ocupando los altares de Dios). Mala cosa, sí; pero peor es lo que ha hecho el consumismo: convertir las sedes de la razón y los altares de Dios en los escaparates de sus baratijas. "Ni patria, ni amo, ni Dios", decían los anarquistas. Ni patria, ni razón, ni Dios, clama el consumismo. En vez de patria, mercado global; en vez de razón, compulsión, irracionalidad, pérdida de sí, irreflexión; en vez de Dios, magia, esoterismo, superstición, mitología barata de tebeos. O lo que es lo mismo: Halloween en vez de los Fieles Difuntos.

Halloween está muy bien en los Estados Unidos, pero aquí es un síntoma de aculturación consumista, de estupidez global. Pobres ilustrados: creyeron que quitando a Dios de en medio las Luces guiarían hasta su edad adulta a un ser humano liberado, y resulta que ha acabado reducido a un esclavo consumidor recluido en una interminable adolescencia.

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