Por amor al arte

Viendo la pasión con que se vive en España el traslado de obras artísticas, vivimos en una edad de oro cultural

Lo cuenta Eugenio d'Ors. Entre la colorida multitud que atestaba el salón del exquisito hotel, su amigo se abrió paso. Fue durante la presentación del libro Remembranzas líricas de una celebridad que había descubierto, con la edad, su vehemente vocación poética. Cuando su amigo llegó, al fin, a su lado, se asombró: "¡Qué interés por la poesía ha surgido de repente en España!", y se aprestó a coger, para celebrarlo, un canapé del afamado catering. Teniendo en cuenta que hacía dos semanas había presentado su tercer poemario, con la asistencia desganada de los siete u ocho incondicionales, d'Ors tuvo que reírse.

Lo mismo que yo ahora, viendo como los cachorros de la CUP defienden con gran nerviosismo y hasta violencia las piezas de arte de Sijena que estaban, contra sentencias judiciales, en el Museo de Lérida. Ha surgido una pasión irrefrenable por el arte renacentista.

Tanta que incluso el PSC critica que se ejecute una sentencia. Tanta que ha forzado a los técnicos aragoneses que han ido a recoger las obras a acudir escoltados por una decena [sic] de coches de la Guardia Civil. Para esquivar el amor desatado a las tallas de alabastro de los independentistas, la ejecución de la sentencia ha comenzado a las tres y media de la madrugada. Por puro despecho artístico, el director de los servicios territoriales de Cultura de la Generalitat en Lérida ha amenazado: "Puede ser que a la gente de Aragón les pase factura, porque hay servicios que presta Cataluña a los aragoneses de forma desinteresada y generosa, como el servicio sanitario, pero podría ser que nos lo repensáramos". Es muy feo eso, pero, siendo fruto de un arrebato de irrefrenable pasión cultural, se disculpa.

Me gustaría saber cuántas veces han ido a ver las preciosas cajas mortuorias, sepulcros de madera policromada del siglo XV, los manifestantes y los que, indignados, llenan las redes sociales de quejas y protestas. Tampoco es que vayan a destruirlas ni que se las lleven a la otra punta del mundo, sino a unos pocos kilómetros. Podrían ir a verlas en una excursión cultural sin grandes gastos. Pero mejor no hacernos preguntas tan fachas. No vaya a ser que la respuesta nos desengañe y, en vez de tanta inquietud cultural, no haya más que un nacionalismo exacerbado, capaz de exigir el Archivo de Salamanca y de negarse a devolver las 44 obras de Sijena. Quedémonos con lo edificante y, oh, el arte por el arte.

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