Cada año nos estalla en la cara el mismo número circense. Cada año, la misma chirigota de a ver dónde se juega la final de Copa. Antañazo, cuando el ordeno y mando que todos acataban de oficio, la sede era el Bernabéu y sólo recuerdo una excepción. Fue a finales de los cincuenta y como la final iban a librarla el Barça y el Español, pues se le concedió el premio a la Ciudad Condal, siendo Montjuich el escenario elegido en aras a la neutralidad.

En aquel tiempo, la final se jugaba en Chamartín, que aún no se llamaba como el presidente. Allí, el Real Madrid de las cinco Copas de Europa se entretuvo en perder tres finales, una con el Atlético de Bilbao y dos con el eterno rival. Entonces, el eterno rival del Madrid no era el Barça sino el Atleti, que pegó dos campanazos consecutivos donde más gusto le da. Ya en democracia, el Atleti repitió la faena en una noche grande de Schuster y de Futre a las órdenes de Luis.

Más tarde vino el Centenariazo del Dépor y antes había ocurrido la celebración de Joan Gaspart por el triunfo de su Barça sobre el Betis. Ahí estuvo el germen para que el estadio Bernabéu esté en obras cuando llega la final... si el Barça está en ella. Este año no hay obras porque, otro engendro más, con la final se interrumpe parte de la Liga. Por tanto, nada como el estadio de la Castellana para jugarla si no fuese por aquella celebración blaugrana de Gaspart, himno del Barça incluido.

Y en este circo no podían faltar anécdotas como la de Pepe Castro pidiendo jugarla de local, a lo que Valverde contesta que ya le pasó una vez y que nunca más. También hay un inconveniente añadido para que sea Madrid y es que ese fin de semana, aunque sea Feria, podrían coincidir sevillistas y béticos en la Puerta del Sol. Y sabiendo cómo se maneja lo mejor de cada casa, ni lo imaginemos. En fin, que, un año más, a ver dónde se juega la gran fiesta de la final de Copa.