María von Campo, relatos

Ángeles Bueno Trujillo / Escritora

El ayudante

AL recluta que ponen para cuidarnos en el autobús de Aviación, que nos lleva de La Pinaleta al colegio de Jerez, le llamamos el ayudante.

El ayudante viste del mismo color gris que el autobús y lleva la gorra también gris y, cuando lo cambian, no se diferencia mucho uno de otro. Pero llegó Sergio. Sergio era muy guapo y su uniforme parecía hecho a medida, y las niñas mayores eran las primeras en llegar a la parada de la Barriada, para coger los asientos del final y ponerse todas juntas, para poder estar con el ayudante. Y es estupendo para nosotros porque se va detrás todo el camino, y no nos riñe.

Mientras las mayores charlaban con Sergio, mi hermana Celia en su asiento chupaba despacito los Kikos. Después, cuidadosamente, los metía uno a uno en su bolsita pareciendo que estaban sin estrenar. No se nos ocurrió a ninguno pedirle unos poquitos de Kikos chupados. Antes nos hubiéramos muerto que comernos uno solo.

El autobús seguía su marcha a Jerez, y Moya no paraba de darle la lata a mi hermano Paco, y lo mandó a pedirle Kikos a Celia. Mi hermana le echó casi todo el paquete. Y Moya se fue a su sitio a comérselos tranquilamente.

-¿Están ricos, los Kikos?, porque son chupados- le dijo Paco, riendo. Moya sacó la cabeza por la ventana y empezó a escupir todo lo que tenía en la boca, como una batidora, dejando los cristales hechos una porquería, y todos nos moríamos de asco. Después se tiró contra mi hermano para pegarle, y los niños empezaron a levantarse de sus asientos.

La tormenta llegó sin darnos cuenta en medio de la refriega. Entrando en Jerez por la Avenida, cayó un chaparrón enorme. Era tan grande, que el chófer hacía maravillas para seguir circulando. El ayudante empezó a cerrar las ventanillas mientras separaba a los que se peleaban y las niñas chillaban.

Cuando llegamos a la Alameda Cristina había tanta agua que no se veía la acera. Por la Porvera venía un río, y el kiosco de madera de la Victoria flotaba cuesta abajo por la calle anegada.

El ayudante no reaccionaba, estaba pálido y callado, pero el chófer dio la vuelta y cogió por donde habíamos entrado, llevándonos de vuelta, sanos y salvos a la Base.

Increíblemente, el campo estaba totalmente seco cuando vino María von Campo a recogernos.

Segura, de la mano de María, me volví, y dentro del escamondado autobús un necesitado ayudante, despojado de todo su porte, comía los últimos Kikos chupados de Celia.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios