Disculpen el recurso en el titular a la canción que dedicó Sting, They dance alone, a las madres chilenas que reclamaban a sus desaparecidos. En la fecha en la que esto escribo, 8 de marzo, resulta emocionante volver a escuchar el viejo tema y evocar aquella lucha de mujeres, una de las muchas e históricas que han protagonizado. Tan recurrente título encabeza mi personal homenaje a ellas en su Día Internacional (aunque se publique un día después), pero remite a una lucha distinta y a unas muy concretas, aunque a la larga todo pueda formar parte de una misma y única briega. Compréndanme, con casi dos semanas de Festival de Jerez en el cuerpo, inundados los ojos de imágenes, de músicas los oídos, uno no puede menos que pensar en las mujeres flamencas y, en este caso y de forma obligada, en las bailaoras. Va, pues, por ellas -por supuesto, en representación de todas- porque, cuando las vemos bailar, estamos asistiendo tan solo al resultado final, a lo más brillante de un proceso largo y trabajoso y, en no pocas ocasiones, doloroso. Es el trabajo de la creación, pero también el de la gestión de los proyectos que lideran. Ellas son cada vez más los verdaderos motores de sus compañías y de los productos que presentan. María Pagés, hablando de sí misma, me llamó la atención un día sobre el hecho: "El aspecto empresarial se conoce poco. María no es solo la mujer que baila o crea. María tiene que levantarse por la mañana e ir a la oficina para tirar de un carro que es una empresa, porque cuando creó una compañía en el año 90 se convirtió en empresaria, a lo mejor sin darse cuenta". Por eso, cuando vemos bailar a Olga, a Rafaela, a María, a Patricia o cantar a Mayte, a Carmen, a Melchora, no solo tenemos que celebrar su arte, sino también agradecerles la lucha que mantienen para que nosotros, cómodos espectadores, podamos gozar de él.

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