NO hacía falta ningún consejo médico, en sus variantes corporal o psíquica, para convencernos de que es bueno besarse. El beso, también en sus diversas modalidades, resulta agradable y satisfactorio. Sabe bien, como los bombones. Lo mismo los que se dan los amantes, por el mero placer de sentirlo o como prolegómeno de ulteriores intimidades, que los que se reparten hermanos, padres e hijos, amigos y simpatizantes. Incluso los besos entre recién conocidos, muy frecuentes en nuestra vida social, no dejan de tener su encanto, aunque carezcan de sentido.

Todo eso ya lo sabíamos, pero los escépticos al respecto tienen también una motivación curiosa para dejarlo (el escepticismo, no el beso). Un reciente trabajo de expertos higienistas estadounidenses y británicos ha revelado que los virus de la gripe y del catarro común se transmiten con más facilidad a través de las manos que de los labios. Los típicos dos besos de salutación -que alguien comparó con una señal de tráfico: por un lado entras y por otro sales- tienen menos fuerza como agentes de contagio vírico que darse la mano. Otros gérmenes nocivos que provocan infecciones estomacales también circulan de persona a persona por vía manual.

No es que las manos sean directamente el vehículo, sino que se quedan con el virus, y es muy raro el individuo que no se lleva las manos a la boca o los ojos -los hay que incluso se hurgan en la nariz- sin la precaución de lavárselas antes si las ha estrechado con otras. Bien mirado, sería más patológico todavía correr a asearse cada vez que uno da la mano a otra persona. Y estaría mal visto, como una auténtica falta de educación (hipocresía necesaria para que la vida en sociedad sea posible y no nos devoremos unos a otros).

Jardiel Poncela escribió, con su humor absurdo e iconoclasta, que un beso es un intercambio de microbios. Lo será, pero la ciencia coloca al apretón de manos en una posición menos airosa: un intercambio de virus. Reconozcamos que los dos organismos tienen mucho peligro, pero puestos a escoger entre microbios y virus, habría que arriesgarse a pillar de esto último. Por lo menos vienen incluidos en los besos, que no es mal envoltorio. Estoy por asegurar que mucha gente se mostraría dispuesta a resfriarse o agriparse todas las veces que la naturaleza se lo permitiera con tal de besar a alguien.

A besar, además, se aprende besando. No hace falta que ninguna autoridad organice cursos subvencionados ni talleres de formación acelerada, como si fueran bailes de salón o danzas del vientre. El mundo iría mejor si nos besáramos más. Aunque nos convirtamos en propagandistas del virus de la gripe. Un peaje barato.

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