TIENE QUE LLOVER

Antonio Reyes

Lo blanco es blancoý

"Si los curas y monjas supieran la paliza que les vamos a darý". Así comenzaba la canción popular que en tiempos de la II República cantaban los milicianos por las calles, al son de la música del Himno de Riego. Decía Juan Luis Cebrián hace unos días en un interesante artículo que "en España siempre hay que ir detrás de los curas o con un palo o con una vela".

Vienen a colación estas palabras porque vivimos tiempos revueltos, tiempos preelectorales. Y ya se sabe: al socaire de las urnas, todo vale. Así, todo el mundo se posiciona, intenta influir en el voto y sacar partido de los futuros resultados electorales. A pesar de la crispación, estos momentos tienen la ventaja de que muchos personajes e instituciones dejan a un lado sus pieles de cordero, lo que facilita que podamos observar la verdadera ferocidad de sus rostros, la voracidad de sus actitudes y comportamientos que, sigilosamente, ocultan tras los angelicales disfraces que portan a diario.

Nada tengo contra la cúpula eclesial, ¡Dios me libre!, tampoco contra la derecha política. Sin embargo uno echa en falta que la modernidad, que los nuevos aires de una sociedad globalizada y multicultural no hayan encontrado acomodo entre ellos. Es el problema de mantener cerradas a cal y canto las ventanas para impedir que la brisa, incluida la democrática, penetre en sus estructuras. Y cuando las instituciones se estancan, entonces el aire se vicia, el hedor y la carcundia toman posesión de sus recintos y, lo que es peor, sus discursos se vuelven anacrónicos e intempestivos.

Así, no resultaría ninguna sorpresa que, tras el brillante fichaje de Manuel Pizarro, expresidente de Endesa, la derecha siguiera en su afán de "renovación" para "dar respuestas a las necesidades de los españoles". Y puestos a imaginar, no sería extraño que el anunciado Ministerio de la Familia fuera ocupado por Monseñor Rouco Varela, o que García Gascos sea designado Secretario de Estado de Fidelidades Eternas, o que fuera nombrado Defensor del Menor el clarividente obispo de Tenerife. El problema es que en la política ocurre como en el comer y en el folgar: que todo es empezar. Y puestos a cerrar el disparate, un resucitado Hernán Cortés ocuparía la cartera de Asuntos Exteriores para solventar la crisis venezolana, o Chiquito de la Calzada sería, para mayor gloria del idioma, el futuro Director del Instituto Cervantes.

Greguerías al margen, el avance de nuestro país pasa por superar los efectos del Edicto de Tesalónica, por el que el cristianismo se convirtió en la religión oficial del Imperio, y abrazar, con la fe del converso, el laicismo, es decir, la separación absoluta y radical del Estado de cualquier confesión religiosa, minoritaria o mayoritaria. Superar definitivamente la transición exige, como dice Cebrián, que los Gobiernos democráticos dejen de mostrar, con fines interesados, a los clérigos la zanahoria. Como reza, nunca mejor dicho, la canción de Luis Eduardo Aute: "lo blanco es blanco, y lo negro es negro. No hay grises que valgan por medio".

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