CON MALA UVAel oro y el moro

Antonio Heredia

La bota de los turbiosRey

Las rebajas también se han hecho notar en los productos navideños y en algo tan típico de estos días como los populares roscones de Reyes. Para tratar de venderlo todo y que no se quede nada en las vitrinas hay que agudizar el ingenio, hasta buscar clientes en la calle con grandes y luminosos carteles, como éste que se veía ayer en la carretera de circunvalación. La imagen es de PASCUAL.

Nada alimenta más el ego que un cetro sobre la sesera y, pese a que en estas latitudes haya abundante caspa y pocas ideas a las que echar cuenta, basta este ropaje para convertirse en rey. No es cuestión de sangre, sino de orgullo bien cebado, adobado con la complacencia de los circunstantes, próximos en el saco de estas ganancias. Para ser coronado en la albura del linaje, se precisa una corte que te adule, un senescal para los mandados y una pose mayestática para que hasta los agnósticos inclinen el espinazo. Esta atmósfera levítica está envuelta en una antífona y también conducen el aire hacia arriba las reverencias agitadas por la capa.

En aquella cafetería sólo se habían servido cuatro cortaos a primeras horas de la mañana hasta que apareció el tipo que animó la caja. Daba tumbos porque llevaba mucho botellón dentro, pero bien derecho se colocó el roscón de reyes por encima de los ojos. Había construido un trono con la mueblería del local y, sentado sobre él, se dirigió a la clientela con el arte del que reparte, reparte. Suficientes fueron unas promesas vagas para que el cortejo de lázaros y quasimodos del bar se calentara por dentro, más incluso que con el café que se echaban al coleto. Los súbditos se multiplicaron cuando profetizó "serás afortunado" al desgraciado que malgastaba en las tragaperras y una lluvia de euros atronó por la ranura de las máquinas. Esta suerte, voceada a gritos, puso la cafetería de bote en bote. Se sucedieron los brindis, el invito yo y cuánto tiempo sin verte. Tal camaradería puso al descubierto que el vasallaje a una corona no quita que todos tengamos un rey en la barriga, razón doblada para que la pitanza fuera de chocos con papas.

Este señor coronado llegó más beodo hasta su casa, encaramado en un trono y seguido por una procesión que recorrió las calles. El roscón de reyes lucía en su sesera, lo cuál que este dulce no es para comer sino para salir del anonimato y reinar en otras cabalgatas.

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