A rienda suelta

Domingo Díaz

Lo bueno que es mi amigo

NO saben lo bueno que es mi amigo. Es genial. El mejor. ¿En qué? En todo. Vamos, que lo mismo te hace unos canelones al horno que te arregla el coche, que se le rompió un manguito el otro día, te ficha jugadores para tu equipo, te hace una tesis doctoral sobre medicina aplicada, te arregla la puerta de tu casa porque es un magnífico cerrajero, te canta una canción o te edita un vídeo y te lo graba... Lo reflejo aquí porque es cierto. Sirve para un roto y para un descosido y es capaz de ponerte una escayola, vender ropa en la tienda de su primo, defenderte en un juicio y transportar un cargamento frágil de toneladas en un camión. ¿No me creen? Hacen bien. Es mentira. Porque por mucho que sea mi amigo y me caiga muy bien no es el mejor del mundo en todo, quizás ni siquiera en lo suyo. Cederle un puesto en el que sé que no va a rendir –otra cosa es que sepa que es muy apto para el cargo– es un error. Por muy buena persona o luchador que sea alguien, esto no le capacita para todo. El ‘amiguismo’, el camino al fracaso.

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