No sabemos dónde piensan proclamarla. La república catalana está al caer y aún no han comunicado ni el lugar elegido para hacerlo ni de qué color va a ser el uniforme que vistan sus tropas de Infantería, que imagino que tendrán que escoger uno. Quizás estén esperando los resultados de la votación y no se pronuncien hasta que cierre el último colegio electoral (o hamburguesería electoral, o peluquería electoral, que en este referéndum vale todo). Pero ya puestos a interpretar las leyes como quien interpreta el popurrí de una chirigota, ¿por qué no se dejan de recuentos y salen ya al mediodía a pregonar que se han liberado por fin del Estado represor que los sometió durante los ochenta años que lleva Franco gobernando España?

Es la ventaja que tiene ir por la vida proclamando naciones como quien se compra un felpudo de esos que dicen que está usted a punto de entrar en la república independiente de mi casa. Esta vez se conforman con declarar esa república independiente, pero ya podrían aprovechar el viaje y proclamarse, no sé, noveno planeta del sistema solar (o décimo, que hace tiempo que perdí la cuenta). Podrían colocar el polo norte en el Tibidabo, que hay sitio de sobra; o dar un Nobel póstumo al doctor Andreu -por fabricar las célebres pastillas que llevan su nombre- o distinguir a la alcaldesa de Barcelona con algún título de tronío. Arzobispo de Zaragoza no está nada mal.

Habrá quien objete que si el terrorismo, sembrando de cadáveres y de autobuses en llamas las calles del País Vasco, no logró salirse con la suya, difícilmente lograrán hacerlo unos separatistas como los catalanes, que por suerte tienen más aspecto de cuentacuentos que de sicarios.

Lo raro es que los independentistas (que despiertan muchas simpatías entre aquellos que entienden el progreso a través de la xenofobia y de una defensa de las tradiciones como no se defendían desde que desapareció la Sección Femenina) no acudan a pedir consejo al presidente Trump, que de levantar muros en su país para que no entren los muertos de hambre sabe un rato.

Los separatistas tienen mucho de lunáticos. Pero si las leyes de caballería amparaban a don Quijote, permitiéndole luchar contra unos gigantes que nadie más que él veía, ¿quiénes somos el resto de españoles para quitarles la ilusión de luchar contra los fascistas que creen ver en todos nosotros? ¿Cómo osamos discutir la grandeza de su cruzada contra un franquismo que al parecer estamos defendiendo, y usted ahí sin enterarse?

No sé cuál será el tratamiento médico recomendado para aquellas personas que se ponen una escupidera en la cabeza, meten la mano bajo el chaleco y anuncian a gritos que van a ganar la batalla de Waterloo. Pero sea cual sea, yo se lo recetaría a las máximas autoridades de Cataluña, porque hoy puede ser la independencia, mañana pueden declarar la anexión de Cuenca y de Teruel, y el viernes por la tarde, en un comunicado especial, dejar a Europa de piedra proclamando que han ganado la Segunda Guerra Mundial.

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