El PP observa con verdadero desasosiego los procesos congresuales en marcha tanto en el PSOE como en Podemos. La combinación de líderes que resulte de ellos no es ni mucho menos irrelevante para el rumbo de la legislatura, determinando escenarios radicalmente distintos y comprometiendo, también de manera dispar, la gobernabilidad del país. No es un secreto que el triunfo de Pedro Sánchez impediría cualquier nuevo acuerdo con los populares y nos devolvería a la paralización de hace unos meses. Con todo, esta hipótesis, desde luego factible, no alcanza igual trascendencia si la formación morada acaba siendo dirigida por Iglesias o por Errejón. El tándem Sánchez-Iglesias ya fracasó sin que, por la propia personalidad de ambos y por su diferente concepción de la actividad política, parezca constituir una alternativa viable. Demasiados gallos -y de pelea- en el mismo gallinero. En cambio, la victoria de Errejón, dada su estrategia posibilista y su vocación de transversalidad, originaría un potente y cohesionado bloque opositor, germen, quizá, de una alianza capaz de alcanzar en las urnas el Gobierno de la nación.

De ahí que en Génova se apueste decididamente por Susana Díaz como mandamás del PSOE y, al tiempo, por un Iglesias ganador. Cree el PP que será mucho más fácil entenderse con Díaz, a la que fundadamente atribuye un "sentido de Estado" del que Sánchez carece. Además, Díaz e Iglesias son "irreconciliables": ella se jacta de haber frenado a Podemos en Andalucía, lo mantiene en la irrelevancia política, y nada autoriza a presagiar que su aptitud se modificaría si el destino la quiere en Madrid. A su vez, en Podemos se generaliza la imagen pésima de una Susana falaz, traidora y abominable.

La mayor amenaza para los populares viene representada, pues, por el ticket Sánchez-Errejón, una fórmula aún no testada, que allana diferencias, lima incompatibilidades, modera proyectos y aligera el camino a La Moncloa. Y aunque para el PP, como ellos reconocen, "Susana es peor adversaria electoral", no deja de considerársela un mal menor que, en el peor de los casos, al menos contendría a Podemos, aseguraría la centralidad y alejaría el fantasma de la radicalización.

Ignoro si el análisis es correcto. El futuro determinará. Pero, a día de hoy, la cautelosa Díaz y el centrífugo Iglesias son la mejor esperanza de un PP que desea, sobre todo, conservar el formidable y fructífero monopolio de la estabilidad.

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