Qué desgracia que estas columnas no puedan ir con una pequeña viñeta y que tengan que llevar mi foto. Hoy pegaría el dibujo de Falstaff que la espléndida ilustradora Ximena Maier ha hecho para la Hermandad de los mil hijos de Falstaff. La Hermandad se presenta esta tarde, junto al libro Si mil hijos tuviera… escrito por los integrantes de la tertulia de escritores del Marco de Jerez, a la que pertenezco. Hermandad y libro exaltan el vino de la tierra. Es en Jerez, en el Museo de Carruajes, a las ocho.

Pero yo no venía a hacernos publicidad (sólo), sino a hablar del retrato de Falstaff. Esa criatura de Shakespeare exclamó: "Si mil hijos tuviera, el primer principio humano que les inculcaría sería abjurar de todo brebaje infecto y dedicarse por entero al jerez". La Hermandad aspira a ser su legítima heredera a base de sostener ese gran principio humano. El espíritu lo ha captado Maier.

Ha pintado un Sir John Falstaff muy elegante, con una barriga con curva de tonel de roble americano y tocado con un sombrero con una pluma tal que parece que lleva siempre en la cabeza el recado de escribir (como corresponde a Shakespeare y a esta humilde band of brothers escribidores). Tiene un perfil aguileño y una barba señorial, recogida sobre una distinguida gorguera. Con mirada de connoisseur, contempla extasiado una copa de vino de jerez.

Hasta ahí, precioso. Lo increíble es a la tercera o cuarta copa. Uno vuelve a mirar a nuestro Falstaff y la gorguera ha estallado en una carcajada inmensa. Hagan la prueba. Me la agradecerán (por las 3 o 4 copas y por la impresión). Adquiere un aire a los dibujos animados de Miyazaki. La conexión japonesa no extraña teniendo en cuenta lo bien que marida el sushi con el fino; lo increíble es tanto movimiento en un dibujo tan quieto.

Y la carcajada inmensa. La gola se vuelve gula. Porque la boca riente es insaciable, aunque la gula debe de ser venial, ya que nuestro Falstaff no pierde la compostura y nos mira de frente, bajando los ojos de su copa a los nuestros. A la siguiente mirada, la risa vuelve a ser gola y él, de nuevo, un enólogo ensimismado. He recordado a Manuel González Gordon cuando afirmaba que el vino que bebía Noé no era jerez, no, imposible, porque, de haberlo sido, sus hijos no se habrían reído de él, sino él de sus hijos. Falstaff, en efecto, se ríe de sus mil hijos, con sus mil hijos. El jerez alegra el corazón del hombre.

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