El chalé es lo de menos

"No es necesario despreciar al rico, basta con no envidiarlo", es frase magistral que corta el nudo gordiano

He dejado pasar dos días sin comentar el chalé de Irene Montero y Pablo Iglesias para que se gastasen (en los dos sentidos) los chistes. No quiero decir que no me haya reído, naturalmente, pero en la intimidad. En público prefiero ponerme súper serio. Empezaré asegurando solemnemente que Irene y Pablo tienen todo el derecho a comprarse una casa fantástica. Hay otros gastos (restaurantes de lujo, viajes exóticos, coches desorbitantes, ropas de diseño, joyas…) también legítimos, pero que yo no entiendo tan bien como el de una casa familiar estupenda.

La rabia es que hasta ayer no más, Pablo e Irene estaban diciendo que era una indecencia que un político se gastase 600.000 euros en una casa o que ellos jamás se irían de Vallecas. Como prometí ponerme muy serio, debo señalar que esto va más allá de la incoherencia y demagogia habituales. Es odiar lo que se desea, que es una de las actitudes más retorcidas de la psicología humana. Cabe explicarla de forma afable con la fábula de la zorra y las uvas o de manera ácida con la magistral descripción de la postura de Hitler hacia la aristocracia en Vencedores y vencidos: "Hitler admiraba la nobleza, pero la odiaba". Ambas explicaciones son necesarias para entender a unos señores que inexplicablemente criticaban implacablemente lo que han hecho a la primera de cambio. El duque de La Rochefoucauld también nos tenía advertidos: "El menosprecio de la riqueza era en los filósofos un truco para protegerse del envilecimiento de la pobreza". Se ve que sabía. Dijo algo más afilado aún: "Muchos hombres son desdeñosos de las riquezas; pocos las pueden regalar".

No querría yo por nada del mundo que Montero e Iglesias se desprendiesen de su inversión inmobiliaria, que les deseo disfruten con salud. Mejor que se desprendan de la vieja rabia que era, apenas, exteriorización de un resentimiento que nacía de una envidia de fondo. "No es necesario despreciar al rico, basta con no envidiarlo", es una frase magistral que corta el nudo gordiano. Con todo, no les pido tanto. Con que asumiesen (aprendiendo de su propio ejemplo) cómo funciona la economía, la propiedad, la inversión, la riqueza…, saldríamos ganando todos.

Aprovecharemos su ejemplo para reafirmarnos en nuestro propósito de que, entre la admiración y la indiferencia, no quepa ni un gramo de envidia. ¿Por virtud? Sí, si se puede; pero, sobre todo, porque se termina notando y es muy fea.

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