Cambio de sentido

El chalecito

Por el mismo precio, unos eligen chalé, pérgola y piscina; otros, casilla, parra y alberca: cuestión de clase

Como en El Pisito, aquella "novela de amor e inquilinato" nacida de la pluma astringente de Rafael Azcona, buena se ha armado con el chalé en el que Pablo Iglesias e Irene Montero se unirán en sagrada hipoteca. En este caso, lo que da pie al sainete no es la carencia de techo, que acaba carcomiendo el amor y la moral de los personajes, sino la demasía: que si los metros cuadrados, que si son muchos dineros, que si la piscina... Ahora, y por iniciativa de la pareja, un plebiscito va a conceder a los biempensantes -que en la izquierda haylos, y a manojos- la potestad de inmiscuirse en asuntos que rozan la delicada línea de lo que cada cual, dentro de lo legal y legítimo, hace en el terreno personal, íntimo y privado. Alberto Garzón por poquitas tiene que pedir una bula para casarse como se casan tantas gentes (y en esto da igual si se es comunista o requeté): con un bodorrio o como les dé la gana, faltaría. Pocas bodas en España no son las de Camacho.

Contra el chalecito y sus flamantes inquilinos sólo puedo hacerme dos preguntas. La primera para mí es fundamental, aunque quizá parezca menor y prescindible, pues atañe a la sensación y la aprensión, no a las razones: ¿cómo, considerándose pueblo, no se agobian con la sola idea de vivir dentro del "discreto encanto de la burguesía"? A no ser que todo forme parte de un plan secreto -inspirado en monsieur Hulot de la película Mi tío, o en el extraño y sensual visitante de la peli Teorema-, orquestado para liberar a las familias acomodadas de sus presuntas vidas anodinas; esto de sentirse pueblo y, a la par, elegir sin angustia el sonido del cortacésped parece incompatible. Por el mismo precio, hay quienes escogen chalé, pérgola y piscina y quienes escogerían cortijillo, parra y alberca: cuestión de clase. (Eso sí, Kichi, no conozco a nadie, por muy obrero que sea, que prefiera "un piso de currante" en los bloques o escampados en los que muchos viven como pueden o, mejor dicho, como les dejan).

La segunda pregunta es fruto de la perplejidad: ¿cómo esperaban los representantes de un partido que conoce, usa y sobrevalora los gestos que el chalecito no fuera interpretado como el mayor de ellos? [Lo pienso a menudo: mi abuelo el facha llevaba gorrilla; mi abuelo el rojo -panamá o mascota- siempre sombrero. Sin pretenderlo, ambos me dieron una clase magistral sobre símbolos, resignificaciones, retranca y gestos. Mientras continúo aprendiendo la lección, me descubro ante ellos].

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