HABLANDO EN EL DESIERTO

Francisco Bejarano

Una curiosidad

ENTRE las notables contradicciones del progresismo posmoderno están el espionaje anticlerical y el laicismo beato, ambos condenados al fracaso por anticuados y casposos. La Iglesia Católica tiene en su seno diversas corrientes de pensamiento, pero todas forman la Iglesia unida en la doctrina común del evangelio. Las apostasías, los curas delincuentes, los escándalos aireados por la prensa, los teólogos empeñados en deshacer lo sagrado para hacer de los misterios de la fe una filosofía más y todas las persecuciones desde el poder político que estamos viendo, no le hacen mucha mella a la Iglesia, antes bien la afianza y la hace mejor porque la incita a afinar en la búsqueda de la verdad y de la libertad personal de los creyentes. La Iglesia es universal y el tributo que se paga por ello trae estos ataques, más de fuera que de dentro. Es curioso que los parlamentos democráticos tiendan a pensar que el ejercicio de la política es incompatible con la libertad de conciencia.

Pero no sólo en la función pública se hace más difícil objetar en conciencia, sobre todo si la objeción moral es de origen cristiano, sino que al ciudadano honrado normal, que no está en política, también le empieza a costar trabajo expresar sus escrúpulos morales sin verse envuelto en las denuncias del fundamentalismo laicista, que ha hecho su propia doctrina sin contar con la conciencia de los demás. Por este camino sólo podrán tener acceso a cargos públicos quienes comulguen con los dogmas rancios del progresismo y piensen que el tiempo se ha detenido. La nefasta consecuencia está sucediendo ya: al igual que durante el franquismo, pero con distinto signo, se han separado la España real y la oficial. La Iglesia ofrece hoy, como lo hizo con Franco, espacios de libertad que los partidos políticos no pueden ofrecer, ni mucho menos el fundamentalismo laicista, porque los fundamentalismos no sobreviven con disidencias.

De ahí, quizá, la admiración progre por el islamismo: el libro sagrado contiene las normas del Derecho y el poder político coincide con el religioso. Todo el poder sin resquicios. El peligro mayor del apartamiento, y la negación, de la realidad está también dentro de la Iglesia en forma de relativismo: todo es relativo, todas las religiones son válidos caminos para encontrar la verdad, todas pueden discutir entre ellas y aliarse las civilizaciones. Además de ser una proposición falsa que no puede generar más que otras falsedades, el islamismo no es relativista, es un fanatismo religioso convertido en partido político de exaltación nacionalista patriótica. Nada relativo. Lo público y lo privado gobernados por el Corán como norma universal para los musulmanes y para los que no lo son. Para creyentes y no creyentes, queda la Iglesia para defender la dignidad del hombre libre.

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